Diario del covid-19 (3)

Ya no queda casi nada por cancelar, suspender o aplazar, que de entre todos, es el verbo más esperanzador. Es el clavo ardiendo al que aferrarse o quizá el punto indefinido en el horizonte en que debemos fijar la vista para seguir caminando. No dudo, no quiero hacerlo, que muchos de la infinidad de actos que han caído podrán ser realidad en cuanto escampe. ¿Cuándo recuperaremos esa rutina de la que renegábamos? Seguramente un día. Miren que deploro la grandilocuencia, pero estoy por proclamarles que es una obligación cívica no ceder a la tentación del desaliento. Y si no están para pensar en los congéneres, les diré también que es la forma egoísta de que cada cual consiga salvar su culo.

En el tránsito hacia la luz al final del túnel nos ayudará la firme convicción de que vamos a ser capaces de superar esta situación excepcional. Pero no será suficiente. También deberemos afrontar una torrentera de lo que para otras generaciones serían inconvenientes y para la nuestra (pongamos a los nacidos del 65 en adelante) nos resultan brutales sacrificios. No derrochemos en sufrimiento. Si ahora hacemos un drama de no poder darnos un homenaje en una sidrería o de perder un fin de semana en no sé qué hotel con encanto, qué haremos si nos encontramos con males que prefiero ni escribir, aunque muy probablemente rondan en más de una cabeza. No olviden que no todo el mundo tiene un sueldo asegurado.

Termino con una imagen soñada. ¿Qué tal las y los responsables de todos los partidos políticos que se presentan a las elecciones del 5 de abril anunciando que han tomado por unanimidad una determinación sobre el retraso de los comicios.

Y lo niegan

Un clásico de la psicología, no sé si de la parda o de la menos parda. La primera fase del duelo es la negación. Y en esas andan Rajoy, su patulea de pelotillas como la nulidad Maíllo (busquen en Zamora alguien, incluso del PP, que hable bien de él), el Macron de saldo Rivera o la docena de hinteleztuales de corps. Niegan y reniegan con obstinación de iluminado y rostro de cantera de Carrara lo que han visto hasta los ciegos de la canción de Brassens. Que la actuación de los Escuadrones Piolín en Catalunya fue proporcional, se engolfan en proclamar de atril en atril, de entrevista en entrevista, de canutazo en canutazo. Hace falta ser… eso que los lectores están pensando.

Pero que les vaya aprovechando esa perversidad gratuita. En términos que usaría mi hijo, menuda troleada que le han pegado los promotores del referéndum a los —¡redundancia va!— poderosos poderes del Estado. Venga y dale a requisar papeletas y urnas, que el día en cuestión apareció allá donde tenía que estar todo el material para votar. Igual, con las webs cerradas o los cortes de internet. Como cantaban los rojos del 36 sobre el puente del Ebro, diez mil veces que lo tiren, diez mil veces que lo haremos. En esas, no queda otra que soltar a una panda de uniformados encabronados a hostiar a personas que pusieron varias veces la otra mejilla. No hablamos de antisistema de capucha negra, sino de la más amplia variedad humana que quepa imaginar, desde adolescentes de peinados imposibles a abueletes arrugados como pasas pasando por la vecina del tercero. Todos, con la firme determinación de no dar un paso atrás. A ver quién les para.