Trump y los profetas

Anoten en su diario: 20 de enero de 2017, hoy comienza la era Trump. Un saludo con corte de mangas y cuchufleta al ejército de sabios que nos explicaron con profusión de argumentos expelidos mirándonos por encima del hombro que esto no ocurriría jamás de los jamases. ¿O ya no se acuerdan? Empezaron vaticinando sin-ningún-género-de-dudas la imposibilidad de una victoria en las primarias del Partido Repúblicano. No había el menor riesgo, seguían porfiando mientras el pelopaja iba mandando a la cuneta un rival tras otro.

La prudencia más elemental habría aconsejado que cuando finalmente fue designado candidato a la presidencia, los profetas de lance dejaran abierta una puerta a la sorpresa. Ni por esas. Sin mudar el gesto ni mostrar el menor signo de vergüenza por el colosal fiasco, pasaron a abrumarnos con los quintales y quintales de motivos por los que Hillary Clinton barrería del mapa al extravagante multimillonario.

Consumada la derrota de la aspirante demócrata, no crean que tampoco hubo el menor amago de reconocer su terrorífica cantada. Los auríspices contumaces se travistieron en analistas del copón y se aplicaron, con aplomo forense, a hacer la lista de los cómos y los porqués del inopinado triunfo del tipejo. La conclusión vino a ser, coma arriba o coma abajo, que la democracia es cada vez más peligrosa porque la masa inculta no sabe votar y tiene querencia a salir por peteneras. Si no rebosaran soberbia, quizá les diera para preguntarse si esa insultante superioridad moral traducida en desprecio sistemático por los demás no es lo que ha alfombrado el camino de Trump hacia la Casa Blanca.

¿Y si gana Trump?

Como no soy de adorar santos por la peana —más bien, lo contrario—, llevo un par de días descacharrándome de la risa a cuenta del palmo de narices con que ha dejado a sus sumisos fieles el filósofo dizque marxista Slavoj Zizek al pontificar sobre las presidenciales en Estados Unidos. No se preocupen medio grano si no les suena el gachó. Es, sin mucho más, el típico producto premium para pseudointelectuales snobs, de esos que disfrutarán llamándome cuñado por haber escrito esto. Lo encajo con mi entrenada capacidad de fajador del navajeo dialéctico, y sigo adelante con los faroles, o sea, con las palabras del barbudo esloveno.

Después de afirmar que, repugnándole Trump, entiende que el verdadero peligro sería la victoria de Hillary Clinton, redondeó así el razonamiento: “Él no va a traer el fascismo, pero puede provocar un gran despertar”. Como decían en los tebeos de mi mocedad, que me aspen si no es un “cuanto peor, mejor” de libro.

La cosa es que sin ser un pensador de moda sino un opinatero de pueblo, yo mismo me he descubierto llegando a parecida conclusión. Tal vez el revulsivo que necesitemos para salir de tanta tontería chachiguay es tener como comandante en jefe del primer país del mundo libre [ironía] a alguien que encarna como nadie el simplismo ideológico que campea por casi todo el planeta. En ese sentido, y ya me escuece esta nueva coincidencia, comparto el titular de portada de El País de anteayer: “El populismo mundial libra su batalla en Estados Unidos”. He ahí la lacerante cuestión: Trump no solo es Trump, ya quisiéramos, sino otro puñado de mesías salvadores que nos acechan.