Brexit is Brexit

¡Vaya por God! Según se desprende del rasgado ritual de vestiduras y las coreografías de manos crispadas a la cabeza, el torpe pueblo británico ha vuelto a equivocarse al meter la papeleta en la urna. Y no será porque la legión sabionda que cacarea en Twitter, el programa de Ferreras y alguna que otra cátedra de postín no ha venido contando a los tozudos isleños qué era lo que les convenía y lo que no. Pues ahí tienen la enésima cuchufleta a los predicadores de lo correcto: victoria aplastante del presunto analfabeto que se desinflaría el segundo día de campaña y hostión histórico de la gran esperanza zurda europea. Sobre esto último, por cierto, no sé si reír o llorar cuando oigo o leo a los fans locales del trasnochado Corbyn que “no se trata solo de ganar elecciones”. Literalmente, el chiste de Eugenio: “Me gusta jugar al póker y perder”.

Pues no. Como ha quedado meridianamente claro, se trataba de ganar. Igual que en cualquier contienda electoral, pero mucho más en una como esta, planteada casi como ese segundo referéndum que ya sabemos que, salvo en Escocia e Irlanda del Norte, no tiene sentido celebrar ni pedir. El veredicto de la ciudadanía del Reino Unido ha sido contundente: su deseo es abandonar la Unión Europea, y de entre las fórmulas para la separación disponibles en el mercado, han optado por la que les proponía Boris Johnson. ¿Que va a ser un error del que se arrepientan? ¿Que la decisión va a perjudicar a terceros que pasaban por allí? Ni merece la pena planteárselo. Si, como tanto nos gusta proclamar, creemos en la soberanía popular, deberíamos simplemente asumir que se ha ejercido. Y ya.

Trump y los profetas

Anoten en su diario: 20 de enero de 2017, hoy comienza la era Trump. Un saludo con corte de mangas y cuchufleta al ejército de sabios que nos explicaron con profusión de argumentos expelidos mirándonos por encima del hombro que esto no ocurriría jamás de los jamases. ¿O ya no se acuerdan? Empezaron vaticinando sin-ningún-género-de-dudas la imposibilidad de una victoria en las primarias del Partido Repúblicano. No había el menor riesgo, seguían porfiando mientras el pelopaja iba mandando a la cuneta un rival tras otro.

La prudencia más elemental habría aconsejado que cuando finalmente fue designado candidato a la presidencia, los profetas de lance dejaran abierta una puerta a la sorpresa. Ni por esas. Sin mudar el gesto ni mostrar el menor signo de vergüenza por el colosal fiasco, pasaron a abrumarnos con los quintales y quintales de motivos por los que Hillary Clinton barrería del mapa al extravagante multimillonario.

Consumada la derrota de la aspirante demócrata, no crean que tampoco hubo el menor amago de reconocer su terrorífica cantada. Los auríspices contumaces se travistieron en analistas del copón y se aplicaron, con aplomo forense, a hacer la lista de los cómos y los porqués del inopinado triunfo del tipejo. La conclusión vino a ser, coma arriba o coma abajo, que la democracia es cada vez más peligrosa porque la masa inculta no sabe votar y tiene querencia a salir por peteneras. Si no rebosaran soberbia, quizá les diera para preguntarse si esa insultante superioridad moral traducida en desprecio sistemático por los demás no es lo que ha alfombrado el camino de Trump hacia la Casa Blanca.