‘Excepción ibérica’: ya veremos

Nota: Cuando publico esto, lo que digo ya ha quedado desactualizado. Al hacer las cuentas bien, no es que haya habido bajada… sino subida. De alguna manera, me veo reforzado en la tesis…

Con el viejo manual de periodismo sobre la mesa, el descenso del precio de la electricidad en un 23 por ciento en el día en que se estrena la llamada “excepción ibérica” es una noticia destacada. Desde luego, es un hecho relevante que merece ser comunicado. Pero hasta ahí, oigan, hasta ahí. Que en algunos titulares, justamente en los de los medios que presumen de ser la releche de la independencia (ya tú sabes) y de la objetividad (ya tú sigues sabiendo), lo que están contando es que el santo varón que duerme en Moncloa ha obrado el milagro de ponernos la luz a precio de saldo. Y eso, salvo que se sea un propagandista de la causa sanchera, no cuela. O no debería colar, leñe.

Nadie dice que no esté muy bien que en 24 horas la tarifa del joío megavatio hora pase de 214 a 165 euros. Ocurre que cualquiera que haya seguido el histórico de la montaña rusa de las dichosas subastas sabe que no es nada extraño que de un día para otro haya bajones sustanciosos en el precio; el clásico paso atrás para tomar impulso. Igualmente, también es (o debería ser) suficientemente conocido que hace apenas 18 meses nos escandalizamos porque la tormenta Filomena había elevado la tarifa hasta los 80 euros. La mitad de lo que ahora se vende como un gol por toda la escuadra. Quién los pillara, ¿verdad?

Así que menos congas de Jalisco y menos oeoeoeoé. Esto no es cómo empieza sino cómo sigue. Ahí tenemos el fiasco del descuento de los veinte céntimos por litro de carburante. Si dentro de un mes los precios siguen la senda bajista, les prometo que me postraré de hinojos y reconoceré mi imperdonable falta de confianza.

La sangre y el recibo de la luz

Los pescadores de río revuelto son insaciables. Recuerdo entre el espanto y la ternura cómo, hace un par de meses, me echaba las manos a la cabeza porque el megawatio/hora se había puesto a doscientos euros. Era el doble de lo alcanzado unas semanas atrás y se nos antojaba una atrocidad. A ver cómo narices somos capaces expresar cuánto nos remueve las entrañas que hoy vayamos a alcanzar los quinientos y pico, y mañana sobrepasará los setecientos. Los mil están a media vuelta de calendario. Por lo visto, la sangre inocente de miles de ucranianos cotiza al alza para los oligopolistas de la energía. Cuanta más se derrame, más fácil lo tendrán para justificar sus sablazos.

Lo más triste, con todo, es la sensación de que asumimos la tropelía como un imponderable. Se diría que aguardamos con la testuz baja que aparezca un jubilado como el heroico valenciano que (medio) metió en cintura a los bancos para que dejaran de chulear a las personas mayores. Claro que quizá esto sería cosa de un gobierno. Máxime, si, como el español, se autotitula progresista y presume de ser el ariete incansable de la justicia social. Sonrío amargamente al imaginar la que estaría liada si ahora mismo durmiera en La Moncloa un presidente del PP. Y cambio directamente al llanto desconsolado al recordar que no hace ni cuatro meses, el jefe de ese ejecutivo prometió que la luz nos costaría menos que en 2018. Lo peor es que quienes siempre juraron saber lo que había que hacer para domesticar a las insaciables eléctricas ahora no pasan del encogimiento de hombros acompañado de las mismas promesas eternamente incumplidas.