Zarzuela Productions

Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que la única finalidad de la monarquía española es tener entretenido al populacho. Todo eso de institución moderadora, símbolo de la unidad y permanencia de la nación y demás trafulla dialéctica que pone en el Título II de la Constitución son chorradas que no se creen ni los más partidarios del invento. A la hora de la verdad, la familia borbonesca viene a ser una compañía teatral de élite —magníficamente subvencionada— que cada cierto tiempo monta un entremés, un astracán, una tragicomedia de enredo o lo que se tercie para solaz del respetable, que ya sea pro o anti, sigue las andanzas con extraordinaria atención. Ya quisieran los culebrones o las telemovies de moda tener asegurada la media de share de las producciones de Zarzuela S.L.

Aunque se esté entre los que silban el Himno de Riego en la ducha, habrá que reconocer que en este campo el clan de los juancarlines resulta insuperable. Después de 37 años (más los que estuvieron como meritorios con el bajito de Ferrol) sobre el escenario, no sólo no han perdido punch, sino que en los últimos tiempos están demostrando su capacidad para mantener simultáneamente en cartel varias piezas de todos los géneros y siempre con la máxima intensidad dramática. Lo mismo le dan al thriller de estafas de altos fondos que te hacen una función de desgracias familiares con protagonista infantil. Y, cuando parecía que la cosa no daba más de sí, nos regalan un vodevil de trompas africanas que termina con una cadera ortopédica, el descubrimiento de la amante número ene y la constatación de que para el actor principal “arrimar el hombro y sacrificarse” significa hacerse un bisnes erótico-etílico-cinegético de cuarenta mil euros para arriba. No hay guionista que lo mejore.

Como no sabemos cuánto queda para la tercera (o, en nuestro caso, la primera), hagamos acopio de cinismo y sigamos disfrutando del show.

¿Euskadi o Euskadi?

Nuestra eterna trifulca onomástica —Euskadi, Euzkadi, Euskal Herria, País Vasco, Vascongadas…— acaba de pegar un doble tirabuzón descacharrante. La bronca está ahora, verán qué sutileza y qué mendruguez, entre Euskadi y Euskadi. ¿Mande? Pues sí, la misma palabra, por lo visto, muta de significado según se estampe en el maillot del equipo ciclista Euskaltel. Cosas del Departamento de Industria (¡Anda! ¿Tenemos de eso?) de Patxinia, que ha amenazado a la escuadra naranja con retirar los 400.000 euros de subvención para esta temporada si no se aviene a cambiar el tradicional Euskadi verde, sospechosamente abertzaloso, por el cosmopolita Euskadi blanco todo en mayúsculas y con rabito bajo la A que los centuriones del cambio han convertido en grafía única e indivisible de su régimen provisional.

Como probablemente sospechen, eso es sólo la puntita de prueba para la coyunda completa de quienes, fajo de billetes en mano, reclaman su total derecho de pernada. La otra condición para aflojar la mosca es que toda la indumentaria de los txirrindularis y, por supuesto, el parque móvil del equipo (coches, furgonetas, autobuses y caravanas) lleven rotulada y bien visible la verdadera palabra mágica, ya imagina cuál. Según el terruño en el que se compita, a los propios del lugar les deberá quedar bien clarito en nombre de qué gran patria pedalean los abnegados esforzados de la ruta: Espagne, Spagna, Spanien o Spain.

¿Quiénes decían que eran los que tenían desbarres y delirios identitarios? A la vista queda. Y junto a ello, el retrato exacto de los que al llegar —gracias al trapicheo y a la aritmética parda, nunca se olvide— juraban que se había acabado el tiempo de enfrentar a la sociedad con tribalismos trasnochados. Ya sospechábamos entonces y hemos ido comprobando a lo larguísimo y anchísimo de este trienio perdido lo que querían decir tales proclamas: hasta Euskadi dejaría de ser Euskadi.

Sahara, genocidio y limpieza étnica

No es cierto que el Gobierno de España esté mirando hacia otro lado en el Sahara. Es peor. Mira de frente, ve lo que ocurre con total nitidez, y no le importa nada. Pero nada en absoluto. Y si algo le preocupa de estar siendo cómplice de lo que sin asomo de exageración se debe calificar como genocidio y limpieza étnica, es la cantidad de votos que pueda perder. Por desgracia, la memoria es frágil, y cuando llegue el momento de hacer la cuenta, no serán tantos. No por esto, por lo menos. Deberíamos aumentar las cantidades de fósforo en la dieta.

Vuelvo a escribirlo, porque hemos descafeínado tanto las palabras, que las más terribles apenas tienen gusto de aguachirle: genocidio y limpieza étnica. A medio palmo de Madrid en el mapa. Los mismos que despliegan toda la quincallería de calificativos huecos y se ponen la careta con la vena hinchada para condenar – “sin paliativos”, “taxativamente”, bla, bla, bla- la quema de un contenedor se vuelven ostras ante la masacre programada de sus semejantes. Ahora que podrían dar sentido de verdad al repertorio, callan. ¿Qué digo, “callan”? Asienten sin rubor ante la burda patraña justificatoria expelida por el mismísimo instigador de la cacería humana, al que para colmo de bajezas, se recibe bajo palio.

Lamentar y condenar

El solícito y obsequioso anfitrión del carnicero marroquí es, por si no habíamos caído en la cuenta, el superministro plenipotenciario que en cada rueda de prensa que sigue a sus operaciones radiotelevisadas brama que el Estado de Derecho no descansa en su lucha contra el mal. Cazador cazado en su propia biblia -léase Ley de Partidos-, lamenta pero no condena. Ni siquiera rechaza, repudia, o reprueba. Lujos que se puede permitir el dueño del balón

Con voz engolada y afectada nos repiten los que se han quedado con el monopolio de la bonhomía que los Derechos Humanos son universales, absolutos, indivisibles y media docena de grandilocuencias más. Ya estamos viendo que eso es pura verborrea. En cuanto conviene, hay pueblos enteros a los que les toca pringar. El saharaui no es el único, pero siempre está en la cabeza de la lista.

Nos queda como consuelo, aunque sea triste, ver que aún hay quien no acepta este descomunal trágala. A izquierda y derecha -ojalá les dure cuando toquen pelo gubernamental- las protestas se escuchan dos semitonos por encima de lo habitual. Aguardamos ahí a los que, ante esto, empiezan a sentir que ya no son los de suyos, como el histórico del PSN Carlos Cristóbal, que acaba de entregar, avergonzado, su carné.