AVT, Sociedad Limitada

Y tanto que no hay peor cuña que la de la misma madera. El Mundo ha estrenado su era postpedrojotesca con un par de lametones a las patas de la gaviota y, por el mismo precio, con un ataque a la yugular de la sacrosanta e intocable AVT, que de unos meses acá le anda tocando los pelendengues al Gobierno español. Hasta el momento de escribir estas líneas, dos entregas demoledoras dando pelos y señales de todo tipo de manejos turbios (presuntamente) perpetrados por la actual dirección que encabeza la ex-dependienta venida a más Ángeles Pedraza Portero. Conociendo la querencia por el serial del mentado diario, se presume que habrá nuevos capítulos, si bien lo ya publicado basta y sobra para hacerse una idea —o sea, para confirmarla— de los usos y costumbres de la benemérita cofradía.

Citando numerosas fuentes que conocen muy bien el percal, se denuncian pucherazos en las asambleas, utilización indiscriminada de datos personales de asociados para fines espurios, una caja B, y de postre, tiranía en el trato a empleados, colaboradores y, oh sí, víctimas de a pie. Hay un entrecomillado que pone los pelos de punta al tiempo que explica a la perfección el mecanismo del sonajero: “O se está con el equipo o eres un abertzale”. Semejante lindeza se atribuye al lugarteniente de Pedraza, un tal Miguel Ángel Folguera, de profesión guardia civil, que lleva años reclamando una condición de víctima que se da por absolutamente imaginaria. De hecho, otra de las trapisondas puestas en solfa por El Mundo es la mediación de la presidenta ante la cúpula del Ministerio de Interior para que le concedieran por su cara bonita el certificado que da derecho a percibir unos euritos al mes a sumar a los que ya se embolsa por su supuesta dedicación a la causa auvetera. Como se ve, una cuestión de purita dignidad, decencia, honorabilidad, integridad y me llevo una. O ya sin ironía, nada que no imaginásemos desde hace mucho.

El papel de las víctimas

Niego la mayor: mi columna de ayer sobre la penúltima segregación en COVITE no contenía el menor ánimo de ofensa a las víctimas del terrorismo. Lo anoto porque me consta que se han sentido heridas por mi texto personas que no tienen nada que ver con lo que relataba. El problema, que viene de muy atrás y no acabamos de hacerle frente, es que nos han instilado la identificación automática de las víctimas con las asociaciones oficialistas o, peor todavía, con sus cúpulas directivas. Lo delicado del asunto de fondo —el dolor, el desagarro personal innegable— ha fomentado durante años un silencio acrítico que a la larga se ha revelado como absolutamente insano.

Por no embarrar más el campo, por no echar vinagre en las llagas, por no dar la impresión de ser conniventes con ETA, hemos ido dejando sin señalar mil comportamientos que no tenían un pase. La ausencia del más insignificante reproche abonó el terreno del ‘todo vale’ hasta cruzar los límites de la perversión. Ante nuestros ojos tuvimos a individuos que, arrastrando un sufrimiento fuera de toda duda, lo utilizaron como carta de inmunidad y en no pocos casos, como escalera mecánica para acceder a privilegios que en condiciones normales no hubieran soñado. ¿Quién se atrevía siquiera a insinuar que un peluquero, una vendedora de un centro comercial o una diplomada en Turismo —todos sin vocación previa— no podían erigirse en líderes políticos de la noche a la mañana? Incluso hoy sigue resultando una pregunta incómoda, lo sé.

Esto fue así porque algunos partidos lo promovieron, con la pertinente ayuda mediática. Una de las consecuencias letales es que en este momento crítico de la resolución no somos capaces de encontrar el papel que deben desempeñar las víctimas, sencillamente porque tenemos una imagen distorsionada de lo que son. Creo que se equivocan tanto los que les quieren conceder la manija como quienes abogan por dejarlas de lado.

Los no tan dignos

Leo, y no puedo decir que con disgusto, que se descascarilla COVITE. Doscientos afiliados —treinta, según los medios afines— de la asociación oficialista de víctimas del terrorismo han devuelto el carné, disconformes con los manejos de la dirección, y amagan con montar un nuevo tinglado. Uno que, en sus propias palabras, “responda al espíritu original”, expresión que mueve a la sonrisa a los que contemplamos desde la grada el fenómeno de la partenogénesis sucesiva de las diversas franquicias que mercan con el dolor genuino. Solo en la izquierda verdadera, como comentábamos hace unos días, se da tan frenético ritmo de escisión y refundación, siempre en nombre de los valores esenciales. Resulta imposible llevar la cuenta de la cantidad de grupúsculos desgajados en espiral que dicen atender a idéntico objeto social, que en sí mismo es muy noble. Y eso sí que es llamativo: la pureza de los fines que se afirma defender no casa con la inclinación a fragmentarse a cada rato, y menos, con las trifulcas tabernarias que suelen envolver a las desmembraciones. Tengo para no olvidar el escocido lamento de Iñaki Ezkerra al ser descabalgado por las bravas del Foro de Ermua por sus compañeros de pancartas, sinecuras y subvenciones. “Me han hecho más daño que ETA y todos los nacionalistas juntos”. Qué cabrón es el fuego amigo…

…Y qué revelador. Esos espectáculos de antiguos camaradas sacándose los higadillos sañudamente cuentan lo que hasta no hace demasiado era tabú siquiera sugerir. Bajo la capa de magnanimidad e integridad de muchas de estas cofradías —no diré que de todas— tenía asiento la condición humana en su versión menos amable. Fulanismos, envidias, antipatías sublimadas o viscerales, dedos que se alargaban hasta la caja, picaresca, tentaciones difíciles de vencer, sospechas de ser tomado por tonto o hecho de menos… Tarde o temprano, eso sale a la luz, como acabamos de ver una vez más.

Muertos con dueño

Quien pierde o le es arrebatada la vida deja incluso de pertenecerse. Se convierte en adosado de posesivos pronunciados por los demás —mi muerto, tu muerto, su muerto…— y, si hay rencillas entre los que se reclaman deudos, en motivo de trifulcas y querellas. No solo por lo material; la disputa alcanza a la propia memoria del finado, de la que unos y otros se reivindican usufructuarios exclusivos. Desolador espectáculo, cuando esa especie de sokatira necrófila se produce a la vista de todo el mundo, como acaba de ocurrir con los homenajes contraprogramados a Gregorio Ordóñez. Por un lado, la familia carnal, y por el otro, la ideológica, con apenas una hora de diferencia entre acto y acto. Seguramente, la primera tenía más derechos que la segunda, y por ello, las siglas deberían haber dado un paso atrás ante los lazos de sangre o los matrimoniales. Bien es cierto que si el PP lo hubiera hecho, desde la otra parte alguien habría señalado la claudicación como la prueba definitiva de que el difunto tampoco le importaba tanto, y tal cual se lo habrían echado en cara. Las reyertas funcionan así.

No es nada nuevo entre nosotros la patrimonialización de las víctimas. En más de un velatorio se han dispuesto guardias junto al cadáver para evitar que se acercaran a presentar sus respetos y sacarse la foto quienes no eran bienvenidos. Aunque las emotivas crónicas no solían recogerlo, en algunos funerales había placajes, zancadillas y codazos por conseguir un puesto como portador del féretro, especialmente en el costado donde había más cámaras. Por no hablar de los comandos de increpantes apostados en la puerta de la iglesia o del cementerio para hacer comprender a determinados asistentes que, literalmente, nadie les había dado vela en el entierro.

Lo llamativo es que, entonces como ahora, los protagonistas de estos macabros episodios daban y dan lecciones magistrales sobre dignidad y respeto.

Disolución

ETA está disuelta a casi todos los efectos, empezando por los más dañinos, que son los que verdaderamente importan. Llegó a reconocerlo el ministro Fernández en uno de sus habituales momentos de euforia lenguaraz, si bien es cierto que después ha venido actuando como si la banda estuviera como un roble. Ya he escrito varias veces que al Gobierno español le interesa, y mucho, mantener la rentable ilusión de una amenaza inexistente que le sirve de tanto en tanto para aparentar fortaleza, contentar (con dudoso éxito) a los hooligans, desviar el foco de otros asuntos y lo que se tercie.

Siendo esto así —lo acabamos de comprobar—, podemos dar por hecho que este modus operandi no va a variar cuando llegue ese comunicado que esperamos entre dentro de un rato y de seis meses, según a qué profeta demos crédito. Como ha ocurrido con todos los anteriores pasos que se vendían como condición innegociable, simplemente, se elevará el listón de la exigencia. Se dirá que no habrá tutía hasta que se pida perdón individualmente, se colabore para esclarecer los atentados no resueltos o se procesione de rodillas a Lourdes. Eso, sin contar con las trabas que se pondrán para hacer efectivo el hipotético desarme. Vayan apostando, como poco, a que no se encontrarán verificadores de confianza.

¿Quiere esto decir que es inútil reclamar la disolución y la entrega de los arsenales? En absoluto. La demanda mantiene intacta su razón de ser. Diría, incluso, que es un mínimo no ya estratégico, sino ético y que no debería acarrear siquiera la perspectiva de una contraprestación. Lo que trato de señalar es que podemos llevarnos un chasco monumental si ciframos todas las esperanzas sobre el fin del bloqueo en el añorado anuncio de despedida y cierre. Cuando llegue, que habrá de llegar, será bienvenido. Pero será mejor que vayamos interiorizando que a esto que llaman proceso de paz le quedará un buen trecho todavía.

La navaja de Fernández

Como todo lo que rodeó la operación judicioso-policial del miércoles fue tan chusco tirando a cutre salchichero, quedó en quinto plano una de las soplagaiteces con las que el ministro Fernández quiso justificarla. Después de soltar la manoseada martingala del tentáculo —cómo les gusta la palabreja a los jefes de la porra—, el chisgarabís al mando de Interior aseguró que los detenidos “sometían a los presos a la tiranía de ETA”. La cita es literal. Oséase, que la aguerrida Benemérita fue enviada en socorro de los desvalidos y atribulados cautivos para liberarlos del descarrío impuesto y ponerlos en el buen camino, que es el que gira a la diestra y está limpio de aquelarres en antiguos mataderos. Fue una misión no ya humanitaria, sino directamente redentora y purificadora de almas. Leyendo al derecho los renglones torcidos, se diría incluso que, contra lo que han vociferado algunos, no se trataba de echar otro tabique al llamado proceso de paz, sino de orientarlo hacia la dirección acertada.

No cuela. ¿Seguro? Eso pensaba yo hasta que ayer vi que algunos medios, y no precisamente del ultramonte, se engolfaban con esta versión de catequesis. Lo divertido era que la alternaban impúdicamente con la opuesta. Dependiendo del párrafo que se leyera, los arrestados fueron los muñidores del comunicado del EPPK del día de los inocentes y del acto de Durango o los que trataron de impedir a toda costa lo uno y lo otro en su condición de irredentos partidarios del Egurre eta kitto.

Junto a esta interpretación multiusos, todo quisque, incluyendo el que suscribe, hemos aventurado motivaciones de variado tenor sobre la (pen)última deposición del chapucero Fernández. Para dar con la más atinada, me remito a un principio que raramente falla, la Navaja de Ockham: “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta”. Vamos, que por lo común, dos y dos tienden a ser cuatro.

Madrid no se moverá

El Gobierno español no se va a mover. Primero, porque no tiene intención de hacerlo. Segundo y más importante, porque no tiene necesidad. Ninguna. Simplemente, las cosas le van bien como están o, enunciándolo de un modo un poco más cínico, no le van mal. Y esto debería haberlo previsto alguien porque tampoco era tan difícil sumar dos y dos. Bastaba recordar que incluso en los momentos más duros, ETA nunca representó un gravísimo problema para el Estado, estuviera su Ejecutivo en manos de quien estuviera. Se aparentaba que lo era en los discursos y, desde luego, en los medios, que convirtieron en (rentable) género la guerra del norte. Seguramente, no era plato de gusto acudir a funerales o saber que miles de personas vivían escoltadas. Sin embargo, las frías lógicas del poder, que no entienden de sentimentalismos ni de humanismos, maniobraron con despiadada pericia para hacer de la necesidad virtud. Al cabo resultó —y esto es algo que llevo repitiendo lustros— que la causa del unionismo español no tuvo aliado mejor que la existencia de la banda, cuyas acciones multiplicaban votos y, peor que eso, fueron coartada para una ristra de arbitrariedades sin cuento. Iniquidades como la ilegalización de Batasuna o el cierre de Egunkaria no solo no tuvieron la menor respuesta social fuera de Euskal Herria, sino que fueron recibidas con aplauso mayoritario.

Es de una candidez suprema pensar que justamente ahora, cuando todo lo que queda de ETA es tramoya simbólica, en Moncloa se va a actuar como no se actuó en los días del plomo. Al contrario, se seguirá agitando el espantajo de la bicha cual si aún supusiera una terrible amenaza. Y desde ya apuesto que ni el desarme ni la disolución cambiarán demasiado el planteamiento. Un columnista más avispado que el que suscribe terminaría proponiendo cómo variar tan desalentador panorama. Confieso humildemente y con tristeza que solo alcanzo a describirlo.