España ‘multinivel’

Creía uno que con Iván Redondo expulsado de la casa del Gran Hermano, se reduciría la producción de palabros de a duro en Moncloa/Ferraz, pero se ve que se ha quedado un retén de creativos timadores dialécticos. Su última parida se enuncia como “Nación multinivel”, que es nada entre los platos, igual que las chorradas anteriores de la “España plurinacional”, la “nación de naciones” o el “federalismo asimétrico” de Pasqual Maragall. Hay mucha manía en el PSOE de juguetear con el lenguaje para ocultar la realidad impepinable: en materia de centralismo jacobino no hay quien les gane. Se lo dirá cualquier político abertzale que haya negociado con gobiernos centrales materias de verdadera sustancia y no este o aquel caramelito precedido de una foto pisando moqueta con sonrisa de Paco Martínez Soria junto a unas vicetiples para presumir en el pueblo.

Pero, a lo que vamos: ¿qué carajo es una nación multinivel? Pues todo y nada. Lo que cada cual quiera interpretar. De alguna manera, el constructo sigue la filosofía de otras leyes. La realidad importa una higa. Puedes ser Murcia o La Rioja y si alcanzas el nivel adecuado de empoderamiento, nadie te va a convencer de que no estás a diez minutos de asaltar el G-7. El truco está en que se da por hecho que te conformarás con el café para todos que se inventó el reciente difunto Clavero Arévalo. Con las migajas que sobren, se intentará engañuflar a las comunidades que tienen auténticas razones históricas para reclamar más. De eso va este birlobirloque. Se trata de contentar las aspiraciones de Catalunya —Euskal Herria está de espectadora— con dos fruslerías que el resto no tiene. Espero que no cuele.

Federalismo tardío

A buenas horas mangas verdes, Alfredo Pérez Rubalcaba descubre el modelo federal como bálsamo de Fierabrás que acabará en un pispás con las irritaciones y los eczemas territoriales que han reverdecido en la sensible piel de toro. Mira tú que entre 1982 y 1996 primero y entre 2004 y 2011 en segunda convocatoria, su partido tuvo tiempo —21 años, que se dice pronto— de llevar por ahí el balón. Pero entonces no hizo ni un amago. Ha esperado a ser una oposición en imparable aguachirlización que compite en descrédito y despiste con el Gobierno para brindar al sol, a ver si se echaba un titular a la boca, que buena falta le hacía.

Cierto, lo consiguió. En esos caracteres de humo que se lleva la brisa informativa sin mayor esfuerzo, pudimos leer la propuesta de reformar la Constitución —ja, ja, ja— para calmar con un azucarillo a los que quieren hacer las maletas. Si es la mitad de lumbrera de lo que dicen, debería ser el primero en comprender lo ridículo, o quizá lo patético, de su tercio a espadas. Puede que hace un par de décadas o incluso menos el tal federalismo hubiera sido un precio razonable. Hoy, sin embargo, la inflación de mala leche y agravios encadenados lo convierte en una broma. Según parece que estamos a punto de ver en el Parlament, la tarifa mínima actual está en derecho a decidir. Un mal paso, otra bofetada gratuita, y nos ponemos en autodeterminación como nada. De ahí a la independencia hay medio Petit Suisse.

Como escribí hace unos días, sigo pensando que no llegaremos a esa pantalla del videojuego tan pronto como algunos celebran por anticipado. Pero no será, precisamente, por el papel que hayan de jugar ni el PSOE ni su sucursal catalana, reducida a convidado de piedra en el momento más decisivo de la historia de su país. Gran ayuda, por cierto, la que envía a sus compañeros el Gunga Din vasco Patxi López presentándose como “dique contra los independentismos”.