El primer efecto de la convocatoria de huelga de las futbolistas profesionales ha sido poner en evidencia el gigantesco machismo que anida en las sentinas del llamado deporte rey. Bastó el anuncio para que saltaran como resortes los cromañones rezumantes de testosterona rancia a farfullar sus cagüentales resumibles en una idea, por nombrarla de alguna manera: encima de que las dejamos jugar, se quejan. Es verdad que, por desgracia, no es nada que no hubiéramos escuchado antes. El matiz diferenciador es que esos comentarios caspurientos han saltado de corrillos y barras de bar a los discursos públicos.
Yo diría que solo eso es un triunfo de la movilización porque implica delimitar el tortuoso terreno en que se va a disputar este pulso que, me temo, va a ser duro. Vamos, que este partido se va a jugar en campo contrario. Para ganarlo —o siquiera, para aspirar a empatarlo— intuyo que serán necesarias grandes dosis de realismo. Espero no pinchar el globo, o sea, el balón, si anoto que tampoco van a servir de mucho los discursos del ejército bienqueda habitual. Si de verdad se toma en serio la reivindicación, de poco servirán el voluntarismo o las parraplas demagógicas que también han hecho su aparición en el debate. Puede que miremos a las directivas de los equipos en primer lugar, porque a ellas corresponde satisfacer las demandas, pero quien de verdad está concernida es la afición. Tras los pasos muy positivos que se han dado en poco tiempo, habrá que conquistar la siguiente playa. Eso empieza por la disposición a seguir la liga femenina por interés en el fútbol en sí mismo y no porque es moda o porque mola.