Lo que dice Mayor Oreja

El otro día junté el humor y el estómago suficientes como para aguantar una entrevista a Jaime Mayor Oreja. En Intereconomía Televisión, nada menos, para que la experiencia acabara de ser más sobrecogedora. Y debo decirles que tampoco fue para tanto. De hecho, creo que hubo más momentos de pena y de risa que de indignación o miedo, que era lo que provocaba cuando tenía mando en plaza. Ahora, ya les digo, inspira un confuso sentimiento de vergüenza ajena y, si cabe, de fascinación ante la enormidad de sus obsesiones. Sigue fatal de lo suyo, venga mentar a ETA a todo trapo y con tal convicción, que uno llega a pensar que realmente sus ojos ven la sombra de la serpiente en cada punto donde fijan la mirada. Cómo será la cosa, que también asegura que la cuestión catalana está comandada, allá al final de los hilos, por la banda que el resto sabemos en liquidación por cese de negocio.

Con todo, hay algo que sí me resultó digno de admiración en la cháchara monotemática de quien estuvo a medio pelo de ser lehendakari. Quizá porque se sabe un juguete roto sin nada que perder o por su proverbial pesimismo —por algo en los guiñoles de Canal Plus lo caricaturizaban como la Hiena Tristón—, sus diagnósticos no van envueltos en vítores triunfales como los de la mayoría de sus compañeros ultramontanos. Al contrario, él reconoce abiertamente que el soberanismo catalán es infinitamente más fuerte que el unionismo español —“Nos ganaron por la mano el 1 de octubre, fue una paliza en toda regla”, afirmó sin pudor— y que va a resultar prácticamente imposible derrotarlo con o sin aplicación del 155. Tómese nota.

Intereconomía, Época, Marichalar

Ya sé que no es para estar orgulloso de ello, pero éste que teclea con sus dos titubeantes dedos es una de las primeras personas que esnifó las ondas de la actual Intereconomía. Aclaro lo de “actual” porque antes de convertirse en el embrión del monstruo ultramontano que es hoy, esa marca ya estaba en el dial y, con más pena que gloria, hacía honor a su nombre dedicándose a dar consejos sobre qué acciones comprar o vender a la entonces creciente tropa de jugadores de bolsa amateurs. Fue en septiembre de 2004, recién caído el aznarato, cuando buena parte de los juglares del régimen desalojados de Radio Nacional desembarcaron en lo que yo bauticé para el Cocidito como “txiki-emisora alegal”, en alusión al tamaño y a la utilización de frecuencias que nadie les había asignado.

No sé cómo estará ahora lo de la legalidad, pero lo que sí es evidente es que lo de “txiki” ya no retrata a un emporio que a su radio ha unido uno de los canales de televisión no convencional más vistos de la TDT, dos revistas de heavy metal ideológico, un portal de internet muy frecuentado y un diario –La Gaceta– que se defiende divinamente en los kioskos, pese a la anunciada muerte del papel. Sus compañías en la trinchera mediática requetediestra, que al principio miraban por encima del hombro a los advenedizos, han tenido que echar la rodilla a tierra y admitir al grupo como miembro de pleno derecho de su club.

Milagro

¿Cómo se ha obrado este milagro político-empresarial? Con la más simple y vieja de las recetas, una que no se enseña en sofisticados MBAs: montando bulla y consiguiendo que se hable de ellos, aunque sea mal; incluso, mejor si es mal, que eso da más réditos. Ahí entran acciones como montarle un pifostio a alguien cuyo único delito es ser sobrina de Iñaki Gabilondo, liársela parda al Gran Wyoming, insultar a los homosexuales so pretexto de defender los derechos de los heterosexuales, o llamar “zorra” a una consellera catalana, por poner unos apresurados ejemplos.

Ahora acabamos de conocer que una de esas ekintzas pseudoinformativas le puede salir por un millón de euros. Es la cantidad que ha determinado un juez tras la denuncia de Jaime de Marichalar, juguete roto del cuento de hadas monárquico español, por haberse visto retratado en la portada de Época -el cuché del grupo- como adicto a la cocaína. Hay quien se ha alegrado y celebra el pellizco económico a los chafarderos. Yo soy más escéptico. Creo que el coste es calderilla para una nueva campaña publicitaria. Ya está amortizado, me temo.