A la carroña

No se había enfriado aún el cadáver de la mujer más poderosa de León, y medio internet ya sabía por qué le habían descerrejado cuatro tiros a bocajarro. No eran teorías envueltas en condicionales sino pontificaciones incontrovertibles sin el menor resquicio para la duda. “Quienes defienden los escraches, tomen nota”, señaló el dedo acusador de una profesional de la siembra de bronca, allá al fondo a la derecha. En la misma latitud, otro latigador contumaz del ultramonte proclamó entre espumarajos que aunque había pensado abstenerse, el 25 de mayo depositaría su voto justiciero a favor del partido de la difunta.
El proceso sumarísimo instantáneo no se detuvo cuando las evidencias empezaron a apuntar clamorosamente al móvil más pedestre y humano del ajuste de cuentas personales pendientes ni ante la revelación de que la víctima y las presuntas victimarias compartían afiliación en el PP. Todavía habrían de llegar el bocazas que le cargó la muerta al Gran Wyoming, y entre otros muchos, el editorialista del exdiario de Pedrojota que dejó caer que el asesinato de Isabel Carrasco no era ajeno “a la creciente animadversión hacia los miembros de la clase política”. Hay que joderse.
La sangre mezclada con pólvora resulta irresistible para los carroñeros de todo signo y condición. De todo, sí, porque en la contraparte de la carcunda, que es tan repugnante como su paralelo, proliferaron los garrulos bailando zapateados por la desaparición de “otra puta facha” o, los más moderados, recitando el “algo habrá hecho” que tan familiar nos suena por estos lares. Hasta las mismísimas de los unos y los otros.