Hijos y mascotas, según Francisco

Empezaré diciendo que, por muy rojas que parezcan sus proclamas actuales, para mí el Papa Francisco no dejará de ser aquel cardenal Jorge Bergoglio que fue un sumiso silente de la dictadura argentina. Incluso cuando me siento representado por una de sus bonitas frases actuales, no puedo evitar acordarme de que espolvoreaba sus sonrisas y sus bendiciones a criminales que robaban niños, torturaban con saña a hombres y mujeres o los lanzaban al mar desde aviones. Que yo sepa, este es el minuto en que ni ha pedido perdón por ello ni ha ofrecido una explicación mínimamente creíble de su vergonzoso comportamiento. Se ve que no se aplica sus propios consejos.

Por lo demás, su creciente legión de adoradores laicos y laicistas deberían pararse a pensar que su sorprendente ídolo es un tipo que cree que la interrupción voluntaria del embarazo es un pecado que lleva de cabeza al infierno. O que los homosexuales pueden ser muy majetes y dignos de una palmadita en la espalda, pero también unos desviados sin lugar en el reino de los cielos que deberían tratar de curarse. O que los hombres y mujeres de la Iglesia, empezando por él, deben ser célibes y, por supuesto, abstenerse del trato carnal, incluso con fines reproductivos. Y ahí es donde quería llegar, porque un tipo que ha renunciado (se supone) a procrear tiene las santas (nunca mejor dicho) pelotas de dar lecciones sobre paternidad y maternidad. Su último rapapolvo urbi et orbi ha sido porque, según él, las parejas de hoy han dejado que las mascotas ocupen el lugar de los hijos. Dice que es algo que menoscaba la humanidad. Y yo no digo ni que sí que no, pero le animo a predicar con el ejemplo.

De Hugo a Francisco

Estamos que lo tiramos. En apenas ocho días hemos vivido dos acontecimientos de esos que irán en la cabecera de los resúmenes del año y que incluso prolongarán su recuerdo bastante más allá de las uvas. Dentro de equis, con más canas, arrugas y achaques, echaremos mano de la moviola y colocaremos a la primera víctima propiciatoria que se nos ponga a tiro la batallita doble de la muerte de Chávez y la elección del papa (en minúscula, según la RAE) Francisco. Lástima no poder adelantar el calendario hoy mismo para atisbar qué lugar depara la Historia (esta vez en mayúscula) a los protagonistas de cada uno de los episodios. Probablemente, uno muy distinto al que podamos imaginar en caliente.

Dejo eso para el futuro y, de regreso a lo inmediato, les propongo la búsqueda de parecidos y diferencias entre ambos hechos. Se trata de un ejercicio individual, así que habrá quien lo termine en un segundo concluyendo que sería comparar tocino y velocidad y quien, como este servidor, podría llenar varios folios con los paralelismos. Señalo el que me parece que sintetiza todos los demás: la liturgia —o si se quiere, la parafernalia— que ha envuelto tanto al fallecimiento del líder venezolano como a la designación del nuevo jefe de la iglesia católica. Igual en Caracas que en Roma ha habido pompa, circunstancia, boato y solemnidad a granel.

La parte divertida del experimento llega al confrontar las reacciones cruzadas en función de las fobias y filias que se profesen. Los mismos que veían un esperpento en la prosopopeya desplegada en las honras fúnebres de Chávez pedían un respeto para el colorismo vaticano. A la inversa, quienes han tachado de mamarrachadas anacrónicas los ceremoniales pontificios se ponían a la defensiva si alguien les señalaba que en la despedida del caudillo bolivariano no había faltado precisamente la imaginería católica más primaria. Cuestión de vigas y pajas según en qué ojo.