Y en eso, murió Fidel

Pues sí, en eso, murió Fidel. Llegó la comandante Biología y le mandó parar. A más de un medio le ha faltado el humor negro para apuntarse el tanto. “Tal y como hemos adelantado muchísimas veces en los últimos años”, podían haber encabezado las informaciones seguidas del obituario que por fin salía de la nevera de modo pertinente.

Y junto a los perfiles biográficos recalentados en el microondas, el aguacero torrencial de castrólogos y cubólogos nacidos de la nada 30 o 40 segundos después de la difusión del óbito. Qué hartura de escuchar sus verdades verdaderas sobre lo que va a pasar o a dejar de pasar en cuanto los magros y gastados restos del finado se convierta, por deseo expreso, en ceniza. Que si mucho, que si poco, que si cuarto y mitad, que si Raúl esto, que si Trump lo otro, que si el papa Francisco. Solo faltó meter por medio a Susana Díaz, aunque quizá alguien lo hizo y me lo perdí.

Bien es cierto que resultaron más cansinos si cabe los eternos de Villarriba y Villabajo. Imposible decir qué proclamas ganaban en ranciedad, si los del “Hasta Siempre, patria o muerte, venceremos” o los del “Ahí te jodas tirano, que has palmado y pasado mañana el pueblo será libre”. Lo escribí sobre Hugo Chávez, y lo repito con más motivo —porque su dimensión histórica es bastante mayor— respecto a Fidel: un personaje así no entra en un puñado de palabras. Menos, si eso que se dice está contaminado por el ramplón simplismo que nos asola. Sí debo decir, con todo, que me asusta un tanto comprobar que a estas alturas del tercer milenio hay jovenzuelos que cacarean estas o aquellas consignas con peste a naftalina.

De Hugo a Francisco

Estamos que lo tiramos. En apenas ocho días hemos vivido dos acontecimientos de esos que irán en la cabecera de los resúmenes del año y que incluso prolongarán su recuerdo bastante más allá de las uvas. Dentro de equis, con más canas, arrugas y achaques, echaremos mano de la moviola y colocaremos a la primera víctima propiciatoria que se nos ponga a tiro la batallita doble de la muerte de Chávez y la elección del papa (en minúscula, según la RAE) Francisco. Lástima no poder adelantar el calendario hoy mismo para atisbar qué lugar depara la Historia (esta vez en mayúscula) a los protagonistas de cada uno de los episodios. Probablemente, uno muy distinto al que podamos imaginar en caliente.

Dejo eso para el futuro y, de regreso a lo inmediato, les propongo la búsqueda de parecidos y diferencias entre ambos hechos. Se trata de un ejercicio individual, así que habrá quien lo termine en un segundo concluyendo que sería comparar tocino y velocidad y quien, como este servidor, podría llenar varios folios con los paralelismos. Señalo el que me parece que sintetiza todos los demás: la liturgia —o si se quiere, la parafernalia— que ha envuelto tanto al fallecimiento del líder venezolano como a la designación del nuevo jefe de la iglesia católica. Igual en Caracas que en Roma ha habido pompa, circunstancia, boato y solemnidad a granel.

La parte divertida del experimento llega al confrontar las reacciones cruzadas en función de las fobias y filias que se profesen. Los mismos que veían un esperpento en la prosopopeya desplegada en las honras fúnebres de Chávez pedían un respeto para el colorismo vaticano. A la inversa, quienes han tachado de mamarrachadas anacrónicas los ceremoniales pontificios se ponían a la defensiva si alguien les señalaba que en la despedida del caudillo bolivariano no había faltado precisamente la imaginería católica más primaria. Cuestión de vigas y pajas según en qué ojo.

De hombre a mito

La figura de Hugo Chávez es infinitamente mayor que mi capacidad de comprensión. Y creo que de la de cualquiera, lo que no ha impedido que legiones de radicalmente afectos y furibundos desafectos se hayan sentido cualificados para retratarlo en un par de brochazos. O inquebrantablemente a favor o en contra sin fisuras. En ambos casos, con un lenguaje saturado de demasías de las que ni siquiera parecen ser conscientes quienes las avientan. Para unos y otros, llamarlo dictador sanguinario o gran libertador de los pueblos oprimidos es poco menos que una definición aséptica y mesurada que no cabe discutir. Tratar de abandonar este reduccionismo de los opuestos irreconciliables, querer introducir matices, señalar escalas intermedias entre lo blanquísimo y lo negrísimo, supone la garantía de excomunión. No estar con es estar en contra y, por supuesto, viceversa. Lacayo y tonto útil del imperialismo o comunista de salón trasnochado; no quedan más alternativas. Bueno, sí, la sintética: ser esto y aquello al mismo tiempo o por breves y sucesivos turnos.

Desde esa incómoda posición esquizoide, aguardo —con escasa fe, la verdad sea dicha— una visión del personaje documentada pero desprovista de anteojeras. De momento, no la he encontrado en los mil y un obituarios programados que se han ido publicando desde el anuncio oficial de su fallecimiento. ¿Será cuestión de dejar pasar el tiempo y probar de nuevo cuando se enfríen los ánimos de partidarios y detractores? Como tantas veces, puedo estar equivocado, pero sospecho que no será el caso. Más bien es previsible que ocurra justo lo contrario. Al dejar de respirar, Chávez, que ya era leyenda en vida, ha alcanzado definitivamente la categoría de mito. Si resultaba difícil introducir una micra de racionalidad en el análisis de sus actos, será tarea inútil intentarlo ahora que ha trascendido lo puramente humano y se ha convertido en un símbolo.

El álbum de fotos de Gadafi

Es posible -ojalá- que para cuando se publiquen estas líneas el chusco matarife que atiende por Muammar Al-Gadafi haya visto cumplido su sueño visionario de convertirse en mártir, siquiera metafórico, y vuele con destino a cualquiera de los muchos países dispuestos a adoptar al patético vejestorio disfrazado de Michael Jackson. La historia nos demuestra que, salvo que les den pasaporte in situ como a Trujillo o Ceaucescu, los tiranos que son y han sido tienen garantizado un exilio de champán y diamantes. Por afinidad, lo lógico en este caso sería que lo recibiera su compinche de gamberradas y lingotazos de petróleo Ahmedineyad. Sin embargo, como el iraní tiene también las barbas a remojo, no es descartable que el Hermano Líder y Guía de la Revolución acabe confirmando los chauchaus y se acoja a sagrado junto a su primo postizo transoceánico Hugo Rafael Chávez Frías.

Escrito lo anterior, dispongo voluntariamente el cogote para que me lo repasen a collejas los que siguen pensando que el de la boina roja es la vanguardia del altermundismo y no un iluminado con pintas que entre sus pisoteados tiene a buena parte de la izquierda transformadora venezolana. Supongo que no sirve de nada recordar que no hace tanto tiempo al propio Gadafi que ahora llamamos sátrapa y genocida se le reían las gracias y se le sacaba la cara porque le tocaba la moral al imperialismo. ¿Lo del atentado de Lockerbie, con casi trescientos muertos? Falacias de la CIA, que lo tiene enfilado porque no se arrodilla y el pueblo está con él. Ya lo estamos viendo estos días.

No falta ninguno

Vaya en descargo del ingenuo córner rojizo que los que moran en él no son los únicos que le han hecho la ola al semidiós del pelo ensortijado. Bastante más vergonzoso ha sido ver a sus pies a toda la colección de paladines del llamado mundo libre. Si al final se las pira, se llevará con él un bonito álbum de fotos. Tiene su punto esa en la que aparece en una esquina vestido de cantante de soul en compañía de Berlusconi, Sarkozy, Medvedev, Obama y Ban Ki.Moon. Junto a Zapatero tiene por lo menos otras cuatro, incluyendo una inenarrable en la que viste un tunicón de polipiel rojo, mientras sujeta con la mano derecha el antebrazo del leonés y mantiene la izquierda en sus partes. Y no faltan en el repertorio otras en las que comparte carcajadas con Aznar, al que regaló un pura sangre, o con el rey Juan Carlos. Todo un book de la ignominia.