Clamar ahora por la mediación en Catalunya es tan necesario como inútil, átenme esa mosca por el rabo. Necesario como gesto, como muestra de las mejores intenciones, de la negativa a resignarse ni siquiera ante la evidencia impepinable de que no hay nada que hacer. Inútil, he ahí la perogrullada, justamente por lo último que he anotado: en este preciso instante no hay forma humana ni extraterrenal de acercar posturas. Al contrario, estamos en plena profundización de la grieta, cuesta abajo en la rodada, con los fogoneros de cada uno de los trenes de la socorrida metáfora trabajando a destajo. Ninguno parará hasta que no quede una astilla de madera por quemar. Y, probablemente, ni entonces se aceptará que sea el momento de dar el brazo a torcer. Solo puede ganar uno. El empate simplemente no se contempla.
Aquí es donde, a riesgo de ser considerado pájaro de mal agüero, señalo la desigualdad entre los contendientes. De nada sirve estar armado de la razón (o de más razón) ni contar con centenares de miles de personas en las calles dispuestas a hacer frente a lo que sea. Al otro lado está la fuerza bruta, pero también una extrema frialdad en el cálculo de pros y contras. Los poderes del estado español ya han echado cuentas y dan por amortizados los posibles daños, por gravísimos que parezcan. No hay nada que los vaya detener. Es ingenuo pensar que cuatro regañinas de periódicos o personajes relevantes extranjeros puedan hacerlo. Esos chaparrones se aguantan, más si se sabe que los auténticos pesos pesados de la comunidad internacional siempre estarán con el orden establecido. Esto acaba de empezar.