La vida mata

A la Organización Mundial de la Salud, OMS por nombre de guerra, no le gusta el alarmismo, qué va. Por eso Osakidetza, Osasunbidea y otros sistemas públicos se comieron con patatas las chopecientas mil mascarillas y las ni se sabe cuántas vacunas que hubo que comprar a toda prisa cuando al chiringo de marras le dio por pregonar urbi et orbi que la gripe aviar diezmaría la población del planeta. Luego la catástrofe no llegó ni a una millonésima parte de lo anunciado. Y esa no fue la primera ocasión ni la última que el siniestro sindicato sanitario nos acojonaba con un apocalipsis que se quedaba en leyenda urbana. En todas y cada una de ellas, qué raro, el juicio final se aplazó tras la adquisición a escala global de este o aquel milagroso material dispensado por la industria farmacéutica.

¿Y esta vez? Pues confieso que se me escapa qué pretenden que nos agenciemos y de qué proveedor los ayatolás de la cosa que acaban de lanzar su fatua contra la carne en general y la chacinería en particular. Como sabrán, porque desde ayer no se habla de otra cosa en ascensores, barras de bar y telediarios, ya no es solo que las viandas señaladas nos suban el colesterol y nos dejen las arterias como los accesos a Bilbao en hora punta. Ahora, de propina, provocan cáncer en una escala que poco tiene que envidiar al tabaco, el amianto o el arsénico. Se pregunta uno, primero si esto lo han descubierto anteayer, que ya me extraña, y segundo, si el mejor modo de anunciarlo es soltarlo así, a las bravas. Por lo demás, quizá el hallazgo no sea para tanto. Recuerdo haberlo leído en la pintada de un baño: la vida mata.

Réquiem por la Sanidad Pública

Entre 20 y 26 días para ser atendido en una consulta especializada. Sobre 40 para pruebas o análisis con cierta complejidad. 60 antes de pasar por el quirófano. Cuarto de hora arriba o abajo, las cifras son similares en Osakidetza u Osasunbidea y, una vez más, son medias, o sea, mentiras difrazadas de verdad. Sólo hay que poner la antena en la cola de cualquier ambulatorio para comprobar cómo hay volantes que se dan para dentro de dos, cuatro o seis meses, y no son precisamente para revisiones rutinarias. Ya ni siquiera nos asombramos. Anotamos la lejana fecha con resignación y, tirando de humor negro, nos preguntamos si seguiremos vivos cuando nos toque. Muchos llegan. Es un alivio saberlo.

Tampoco parece que Rafael Bengoa o María Kutz, responsables de la cosa sanitaria en la CAV y la Comunidad Foral, respectivamente, pierdan muchas horas de sueño por esas espadas de Damocles con que conviven sus administrados. Primero, porque ambos son médicos y, como tales, han aprendido a poner distancia con el sufrimiento del paciente que, en su ignorancia, no sabe si ese bultito es un inocente acúmulo de grasa o un tumor en toda regla. Segundo, porque tienen la certeza de que si les pasa algo a ellos, no van a tener que ponerse los últimos de la fila para ser atendidos, y no necesariamente en el sector público. Y tercero, porque como he escrito tantas veces aquí, los seres humanos convertidos en estadísticas no provocan mayores problemas de conciencia. Reducidos a la condición de decimales somos muy manejables.

Morir de éxito

De todos modos, sería muy simplista cargar todo el mochuelo a los actuales titulares de nuestros sistemas sanitarios. En el caso de Bengoa, que es el que más conozco, basta con apuntar que en apenas año y medio ha pasado de gran esperanza blanca a mediano gestor gris, con sombra de sospecha incorporada, de propina. No recibió la mejor de las herencias, desde luego, pero es un hecho que bajo su bisturí el paciente a su cargo ha empeorado notablemente y se podrá dar con un canto en el fonendo si no tiene que firmar su certificado de defunción o, como poco, diagnosticarle el estado de coma vegetativo.

Insisto en que ni él ni Kutz son los únicos culpables. La Sanidad Pública camina al galope hacia la extrema unción. ¿Cómo es posible que eso ocurra, cuando hace tres días era nuestro gran orgullo? Pues, probablemente, por eso mismo. A Rocío Jurado se le rompió el amor de tanto usarlo, y a nosotros se nos ha hecho trizas el sistema común de salud de usarlo tanto y tan mal.