PSOE, suicidio transparente

Habrá que empezar reconociéndole al PSOE que de lo suyo gasta. Es muy libre de desangrarse ritualmente en público y, por supuesto, de presumir del ejercicio de transparencia y democracia interna que supone la apertura en canal con luz y taquígrafos. Al César lo que es del César: hasta la fecha no habíamos asistido al harakiri de una formación política a razón de un militante, una cuchillada, digo un voto. Ni la autolisis de la UCD ni las mil y una refriegas cainitas que demediaron sucesivamente el PCE y sus coaliciones supervivientes han atendido a tan elevado principio. No mentirá un epitafio que diga: “Nos fuimos al carajo por nuestro propio pie”. Si nos ponemos líricos, sería una hermosa forma de morir. El peligro de tan encomiable gesto es, paradójicamente, fallar con el estoque y, en lugar de un cadáver lustroso a la par que heroico, dejar un organismo malherido que se arrastre por las contiendas electorales inspirando compasión.

Añado, para no contradecir lo que escribí hace unos días, que siempre cabe aguardar el milagro de último segundo que tantas veces se ha dado en los 135 años de historia de un partido que, además de la del puño, ha llevado otra flor en el tafanario o, dicho en menos fino, en el culo. A la espera del desenlace, quienes no llevamos ni arte ni parte en la cuita pondremos a prueba desde la barrera nuestra capacidad de asombro. Hasta este instante hemos visto cómo un candidato totalmente desconocido hace un mes —Pedro Sánchez— casi duplica en avales (y le gana en su casa) a otro —Madina— que sale todos los días en la tele. Y tiene mucha pinta de ser solamente el principio.

PSOE, nada está escrito

Quizá se estén imprimiendo las esquelas del PSOE con demasiada premura. Lo anoto siendo uno de los que al ver la orina del enfermo no da un duro por su recuperación. En efecto, todo parece apuntar al fatal desenlace o, en el mejor de los casos, a quedar reducido al mismo estado vegetativo de su primo griego, el PASOK, que gobernaba hace dos años y hoy boquea patéticamente como quinta o sexta fuerza en el erial heleno. Si añadimos la querencia demostrada por el tiro en el pie, el cainismo inveterado, la irrupción de la supernova zurda que amenaza parte de su cuota de mercado y este contexto cabrón que le obliga a seguir pagando los plazos de la hipoteca borbónica que firmó hace cuatro décadas, se concluiría que no hay escapatoria. El destino que aguardaría a Madina o Sánchez sería apagar la luz y echar la persiana.

Ocurre, de un lado, que en política lo más previsible rara vez se cumple, y de otro, que el partido que fundó Pablo Iglesias Possé el 2 de mayo de 1879 tiene una larguísima colección de resurrecciones milagrosas. Diría, incluso, que como la de algunas otras siglas centenarias, su esencia ha sido el filo de la navaja. Ni siquiera hay que remontarse a los tiempos en que prietistas y largocaballeristas se hostiaban a modo en las Casas del Pueblo ni a los días en que el imberbe Carrillo y otros más talluditos la liaron parda. De apenas anteayer es el todo o nada de Suresnes, la espantá con posterior vuelta in extremis de Felipe en el XXVIII Congreso o, la muerte aplazada más reciente, la elección de un sobrero sin pedrigrí —Zapatero— que acabó pisando Moncloa cuatro años después. Nada está escrito.