Vistatriste

Nada envejece tan rápido como la nueva política. La que se autodenomina como tal, quiero decir. Qué tiempos, aquellos de todo el poder para los círculos, cuando bastaba cerrar los ojos y apretar los puños muy fuerte para que se cumpliera cualquier deseo. ¡Sí se puede!, gritaban las gargantas y llovían del cielo las soluciones a todos los problemas, envueltas en ajonjolí, fraternidad y buen rollito sin fin. Organización, aparato, estructura, burocracia. ¿Quién necesitaba todas esas rémoras facciosas en el paraíso de la horizontalidad infusa y el liderazgo socializado? Panda de rancios reaccionarios casposos y castosos, los que venían a pinchar el globo con sus vainas sobre los mínimos andamiajes para sostener un partido político.

Apenas se han cumplido tres años del nacimiento de lo que la realidad ha demostrado, no sin impiedad, la quimera que veía cualquiera con medio gramo de conocimiento sobre el mecanismo del sonajero. En la víspera de su enésima refundación, la que dicen definitiva, Podemos es el partido más vertical de los que cotizan en el CIS. Muchos de los más entusiastas fundadores huyen con el alma en los zapatos ante el bochornoso espectáculo de banderías enfrentadas a muerte. Se les gastó el amor de tanto usarlo, o de usarlo tan mal. Y ya no cuela el viejo truco de culpar de lo que sea a Inda, Marhuenda y demás fachundia habitual. Los navajazos, los esputos y los exabruptos rebozados en bilis se transmiten en tiempo real para gozo y alivio inmensos de quienes se van sintiendo menos amenazados por el fenómeno morado. Solo aspiran a su trocito del pastel. Vistalegre es Vistatriste.

¿Hasta cuándo, Errejón?

En mala hora Iñigo Errejón quedó a dos puntos y medio del líder supremo en la votación interna de la semana pasada. Lo suyo era palmar por goleada, siguiendo el pronóstico general, por mucho que ahora salgan Nostradamus retrospectivos a proclamar que lo veían venir. El severo correctivo previsto habría dejado al número dos de Podemos como el Pepito Grillo de tamaño pin o llavero que Pablo quiere. Siempre que esté claro que el macho alfa es él —a Vistalegre I nos remitimos; la terminología es suya—, Iglesias está dispuesto a permitir una disidencia de bolsillo que le sirva a un tiempo para vender la imagen de la deseable pluralidad y como escupidera. Insisto en pedirles que repasen los presuntos “debates en abierto” para comprobar el reparto de papeles: el de la coleta da, el de las gafas recibe.

Pero de pronto, cuando las propuestas —que en realidad, son los nombres— se someten al escrutinio anónimo de los militantes (o como se llamen), David está a punto de dejar grogui a Goliath. De hecho, a efectos prácticos, lo hace. Casi todos leemos la derrota por la mínima como una victoria. También parece verosímil pensar que muchos de los votos no vienen solo de errejonistas sino de antipablistas. Se revela la toxicidad del kaiser morado y sus adláteres: producen damnificados a un ritmo endiablado.

Ahí es donde cobra sentido lo de la mala hora que anotaba al principio. El jijíjajá se va tornando en purga inminente. Los palmeros de Pablo, empezando por Echenique, se lanzan a Twitter bajo el lema #AsíNoIñigo. El pelo de la dehesa estalinista. ¿Hasta cuándo seguirá bajando la testuz el señalado como traidor?

Errejón siempre pierde

Informar es, cada día más, exagerar. Guerra abierta, batalla campal, lucha sin cuartel y demasías bélicas del pelo son el aderezo indispensable para encabezar las mil y una piezas sobre las pimpineladas, crecientemente cansinas, que se cruzan Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Como mucho, copiando a Xabier Lapitz, cuadra hablar de pelea de gallos. Pero es que ni eso, habida cuenta de la desproporción de tamaños mediáticos. Porque si es cierto que de ego andan igual de sobrados el de la coleta y el de las gafas de pasta, también lo es que a tirón popular gana por mil traineras Iglesias Turrión.

Y esa diferencia, de la que es dolorosamente consciente Errejón, está determinando que la presunta disputa no sea tal. Apliquen la moviola a cada uno de los escarceos y comprobarán que siempre se cumple idéntico esquema: Pablo atiza e Iñigo recibe. Puede haber sutiles diferencias: que la agresión sea un gancho al hígado o un pescozón medio de guasa, que el encajador amague una sonrisa o difícilmente disimule que se acuerda de las muelas del maltratador. Tanto da, el resultado final es que nadie duda quién es Tarzán y quién es Chita.

¿Que subyace una pugna de modelos y, probablemente, de propuestas? Sin duda, y andando el tiempo, cualquiera sabe en qué para la cosa; los damnificados por el macho alfa no dejan de multiplicarse. Sin embargo, con la actual correlación de fuerzas y las necesidades primarias —permanecer ahí mañana— de los que están en el ajo morado no hay más tutía que seguir al flautista de Vallecas. Las verdaderas broncas están en las franquicias locales. En Araba, por ejemplo, sí vuelan los cuchillos.

Las purgas de Pablo

Fíjense que con todo lo crítico que me he mostrado con Podemos, siempre había opinado que la identificación de la formación morada con el estalinismo era una caricatura grosera. Para mi sorpresa —solo relativa, tampoco exageremos—, es el propio mandarín en jefe de la cosa quien parece empeñado en retratarse como la versión vallecana del padrecito. Miren si no, cómo siguiendo la macabra broma clásica, le ha hecho la autocrítica a su número tres, Sergio Pascual. Con alevosía, nocturnidad y, cómo no, el sambenito de rigor, es decir, la acusación de haber perpetrado una gestión deficiente que ha resultado perjudicial para la (santa) causa. Abundando en el paralelismo con los usos y costumbres del bigotón, como recordó ayer Oskar Matute en Euskadi Hoy de Onda Vasca, el ahora laminado fue enviado como comisario a la campaña electoral andaluza para marcar a Teresa Rodríguez, sospechosa de desviada de la ortodoxia pablista. Igual que en lo más crudo del invierno soviético de don José, los mayores evangelizadores acabaron fusilados por traición, prácticamente sin excepciones, Pascual ha sido el purgador purgado.

En el inventario de parecidos razonables, se puede citar la alucinógena carta de Iglesias en la que proclama que cuando se trata de “defender la belleza” —les juro que esa es la expresión— no caben “corrientes o facciones que compitan por el control de los aparatos”, telita. Con todo, la mayor de las semejanzas con el infausto régimen es el atronador silencio de los corderos. Y aun peor —ya lo verán en las respuestas a esta misma columna—, el bilioso ataque a quien ponga en solfa tal proceder.

Cada vez más Pablemos

Y luego hay quien se enfada cuando le llaman a la cosa Pablemos. Pero ahí está, es el chiste del gato, que como es suyo, el gurú de Vallecas se lo beneficia cuando y como quiere. El doctor Iglesias Turrión es el camino, la verdad y la vida, y tan asumido lo tiene, que ni pierde el tiempo ciscándose en los críticos, arrumbándoles de michelines o recordándoles, a lo Guerra, que el que se mueve no sale en la foto. Al contrario, cuando le vienen setecientos cargos (¿ya hay todos esos?) y 5.000 militantes arrugando el morro porque se ha maravillado unas primarias —qué risa, tía Felisa— para que las ganen sus sí-buanas, el gachó se eleva tres palmos sobre el suelo, se pone condescendiente y declara con suficiencia que qué alegría da tener un partido en el que se puede discrepar de la dirección. Entonces, los protestantes, o por lo menos, la mayoría, sacan cuentas de lo que pueden perder si persisten en su actitud, sonríen al pajarito, bajan la cerviz y se resignan a su papel entre la cuota, el adorno o la mascota del patrón.

La nueva política, por lo visto, es eso. Y también ponerse en plan Santiago Bernabéu a fichar —es decir, a reclutar— mercenarios para que la tan cacareada unidad popular sea a su imagen y semejanza. El primer fichaje, qué sorpresa, Tania Sánchez, que obviando el comentario sentimental, es aquella que al abandonar IU dijo “No, punto, no vamos a entrar en Podemos. No sé de cuántas formas más decirlo”. Junto a ella y otras destacadas lumbreras de ámbitos progresís diversos, se incorpora al proyecto el baranda de la Asociación Unificada de la Guardia Civil. Saquen sus conclusiones.

Ahora sí pueden

Palabrita del niño Jesús que me había hecho el propósito de no escribir en un tiempo sobre la formación emergente. ¿Autocensurándose a estas alturas, columnero? Pues un poco sí, más que nada, por instinto de supervivencia neuronal. No imaginan lo cansino que es vérselas con un puñado de fans fatales pertrechados de una escasísima variedad de exabruptos arrojadizos y/o difusas amenazas. Ocurre —y he ahí el sentido de estas líneas y de la quiebra de mi intención de mantenerme alejado del cáliz— que no es necesario publicar pieza nueva para merecer tales atenciones.

Basta una anterior, como la del pasado jueves en que me explayaba sobre la horizontalidad vertical (o viceversa) de la cosa, poniendo como ejemplo que la cúpula madrileña de Podemos había desautorizado a la sección vasca en su resolución de presentarse a las elecciones forales. Como quiera que 48 horas después el titular se dio la vuelta —ahora sí les dejan presentarse—, han comenzado a llegar a mi vera los cobradores del frac. Unos me exigen que me trague mis palabras y otros que me las meta por el conducto rectal. Alguno, más elegante, simplemente se guasea de mis dotes de adivino.

A todos les remito a la anotación que hice en mi sufrido muro de Facebook el mismo día de autos: “A pesar de lo escrito, apuesto a que habrá marcha atrás en esta decisión. El coste es demasiado alto. No veo a bastantes de los integrantes de Podemos Euskadi, veteranos de mil batallas, dejándose acogotar por unos parvenus”. Más abajo, añadía: “La publicación de la cuestión es lo que, según mi apuesta, provocará la marcha atrás”. Diría que ha sido tal cual.

Podemos Euskadi no puede

Recuerdo perfectamente, porque no ha pasado ni un año, cuando nos contaban que Podemos, entonces naciente, sería la recaraba en pepitoria de la horizontalidad y la participación. A diferencia de las rancias, caducas, decrépitas, trasnochadas (y me llevo una) formaciones del régimendelsetentayocho, que se organizan cual mazmorras verticales donde los de arriba sostienen el látigo y los de abajo dicen amén Jesús, la nueva criatura política aportaría un modo de funcionamiento por ósmosis. No habría jefes ni indios. O mejor: cada integrante del invento sería, según le placiera, conviniera o le diera por ahí, mandante y/o mandado en una suerte de armonía total basada en la perfección —¡Omm, ommm!— que simboliza el sagrado círculo.

Ha sido necesario muy poco tiempo para comprobar en qué han devenido aquellas fantásticas (y fantasiosas) intenciones. No hay un partido en la casta castosa, casposa y pastosa con una estructura jerárquica ni la mitad de férrea que el que encabezan —y la palabra no es casual— Iglesias, Errejón, Monedero, y cada uno en un escalón descendente, el resto de los componentes del organigrama. Salvo un puñado de accidentes en alguna autonomía, municipio o pedanía, la disciplina dactilar de la cúpula se ha ido imponiendo con precisión de cirujano. Y si la voluntad del gurú no se cumple de saque, lo hace en segundas nupcias. Como ejemplo cercano, la sucursal en la demarcación autonómica vasca. Salieron los que no tocaban. Pero muy pronto, en su primera decisión soberana, la de concurrir a las elecciones forales, Madrid (sí, ¡Madrid!) les ha explicado quién es Tarzán y quién es Chita.