Errejón siempre pierde

Informar es, cada día más, exagerar. Guerra abierta, batalla campal, lucha sin cuartel y demasías bélicas del pelo son el aderezo indispensable para encabezar las mil y una piezas sobre las pimpineladas, crecientemente cansinas, que se cruzan Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Como mucho, copiando a Xabier Lapitz, cuadra hablar de pelea de gallos. Pero es que ni eso, habida cuenta de la desproporción de tamaños mediáticos. Porque si es cierto que de ego andan igual de sobrados el de la coleta y el de las gafas de pasta, también lo es que a tirón popular gana por mil traineras Iglesias Turrión.

Y esa diferencia, de la que es dolorosamente consciente Errejón, está determinando que la presunta disputa no sea tal. Apliquen la moviola a cada uno de los escarceos y comprobarán que siempre se cumple idéntico esquema: Pablo atiza e Iñigo recibe. Puede haber sutiles diferencias: que la agresión sea un gancho al hígado o un pescozón medio de guasa, que el encajador amague una sonrisa o difícilmente disimule que se acuerda de las muelas del maltratador. Tanto da, el resultado final es que nadie duda quién es Tarzán y quién es Chita.

¿Que subyace una pugna de modelos y, probablemente, de propuestas? Sin duda, y andando el tiempo, cualquiera sabe en qué para la cosa; los damnificados por el macho alfa no dejan de multiplicarse. Sin embargo, con la actual correlación de fuerzas y las necesidades primarias —permanecer ahí mañana— de los que están en el ajo morado no hay más tutía que seguir al flautista de Vallecas. Las verdaderas broncas están en las franquicias locales. En Araba, por ejemplo, sí vuelan los cuchillos.

Errejón vuelve a palmar

Qué pena más grande, Iñigo Errejón representando su propia caricatura, la del niño gafapasta al que le quitan los cromos y el bocata en el patio del colegio. Con qué docilidad lamelibranquia bajaba la cabeza ante los micrófonos y decía que el abusón de la clase no le había pegado, que solo estaban jugando a Tarzán y Chita. O, entrecomillado del modo en que lo recogen las crónicas incluso de los medios menos sospechosos de antipodemismo: “A lo mejor los españoles tienen que acostumbrarse a que se contrastan ideas en abierto y somos compañeros”. Guau, guau, guau, le faltó añadir. Buen chico, de nuevo a palmar, como cuando hace medio año el líder destituyó sumariamente a Sergio Pascual, su hombre de confianza, y después de pasarse dos semanas de morros sin aparecer en público, volvió un día a su escaño a recibir las carantoñas para la cámara de su dueño.

Lo divertido y a la par revelador es que esta vez Iglesias Turrión se ha superado en egolatría y perversión. Ha atizado ante los focos a su saco de las tortas por haber osado opinar que quizá la formación morada debería dulcificar el discurso. Con dos narices, Pablo se mofó de Errejón en un mitin en Vigo: “Podemos construir un torpe silogismo según el cual hay que parecerse a los partidos tradicionales para que te vote la gente”. Servidor, que tiene una gota de memoria, recuerda que fue él mismo quien dijo el pasado 3 de julio en El Escorial lo que sigue: “Entramos en una fase en la que nos tenemos que convertir en un partido normal”.

Desde el córner, la candidata digital Pili Zabala trata de que la bronca no le salpique: “Es cosa de ellos”.