Las purgas de Pablo

Fíjense que con todo lo crítico que me he mostrado con Podemos, siempre había opinado que la identificación de la formación morada con el estalinismo era una caricatura grosera. Para mi sorpresa —solo relativa, tampoco exageremos—, es el propio mandarín en jefe de la cosa quien parece empeñado en retratarse como la versión vallecana del padrecito. Miren si no, cómo siguiendo la macabra broma clásica, le ha hecho la autocrítica a su número tres, Sergio Pascual. Con alevosía, nocturnidad y, cómo no, el sambenito de rigor, es decir, la acusación de haber perpetrado una gestión deficiente que ha resultado perjudicial para la (santa) causa. Abundando en el paralelismo con los usos y costumbres del bigotón, como recordó ayer Oskar Matute en Euskadi Hoy de Onda Vasca, el ahora laminado fue enviado como comisario a la campaña electoral andaluza para marcar a Teresa Rodríguez, sospechosa de desviada de la ortodoxia pablista. Igual que en lo más crudo del invierno soviético de don José, los mayores evangelizadores acabaron fusilados por traición, prácticamente sin excepciones, Pascual ha sido el purgador purgado.

En el inventario de parecidos razonables, se puede citar la alucinógena carta de Iglesias en la que proclama que cuando se trata de “defender la belleza” —les juro que esa es la expresión— no caben “corrientes o facciones que compitan por el control de los aparatos”, telita. Con todo, la mayor de las semejanzas con el infausto régimen es el atronador silencio de los corderos. Y aun peor —ya lo verán en las respuestas a esta misma columna—, el bilioso ataque a quien ponga en solfa tal proceder.

Mil columnas

Y con esta, mil columnas. Se asusta uno de su capacidad para dar la barrila. ¿Volvería a firmarlas todas? Miren, ahí me pillan y me pillo: tengo que confesar que no. Al repasar algunas, aparte del pudor ante palabras, giros o expresiones que no sé quién diablos me mandaría escribir, compruebo con una puntada de disgusto que no estuve atinado en tal o cual apreciación. O que se me fue la mano con el vitriolo. O que me dejé llevar por la frase resultona en lugar de anotar algo menos redondo pero más cercano a la verdad. A lo que uno cree que es la verdad, quiero decir, porque esa es otra, que en más de un caso y en más de cien, no hay una única certeza válida. Las que yo he ido espolvoreando por aquí son (o fueron) las mías, ni más ni menos. Otra cosa es que las enunciara como si no hubiera lugar a la réplica. Compréndanlo, son las servidumbres del género; no puede uno llegarse a estas líneas a dar la impresión sistemática de que no tiene las cosas claras.

Conste en acta que no siempre las tengo y que en ocasiones en las que me parece que sí, tardo un padrenuestro en comprobar mi error. ¿Error? No me avergüenza reconocer —y menos hoy, que estamos de confidencias por la celebración— que los cometo, los he cometido y seguiré cometiéndolos. Eso sí, son, fueron y serán equivocaciones en el uso de mi libertad, que es la que para bien, para mal o para regular, guía lo que tecleo y envío para ser publicado. Me gusta pensar (y sé que acierto en la mayoría de los casos) que ustedes también utilizan su libertad y no unas anteojeras, además de para leer o pasar página, para decidir lo que les ha parecido.