El gran Mario Conde

De eso que está uno echando el ojo a los trileros del rastro político en su eterno juego de la bolita, y acaba cayendo por una grieta espaciotemporal unos cuantos lustros atrás. Mario Conde detenido… ¡Otra vez! “Por repatriar desde Suiza dinero de Banesto”, señalan los titulares en confuso escorzo que parece querer decir que lo delictivo no es haberse llevado una pasta robada ni mantenerla en una cuenta helvética, sino traerla de vuelta. Un detalle menor, pero lo apunto, justo antes de entregarme a un ejercicio de memoria que linda la nostalgia.

No me dejarán por mentiroso los lectores más veteranos. Hubo una época, y realmente no demasiado lejana, en que este figura de cabello engominado pasaba por modelo de conducta a cuyo paso se prorrumpía en olés tus huevos. Nadie como él personificaba aquella España del pelotazo, “el país de Europa o, probablemente, del mundo donde se puede ganar más dinero en menos tiempo”, en celebradas palabras del ministro de Economía socialista —o sea, felipista—, Carlos Solchaga. Con su piquito de oro, su apostura física y su arrojo, había pasado de sacar los cuartos a sus compañeros de Deusto vendiéndoles apuntes de todas las asignaturas a presidir el histórico Banesto. Bajo su varita mágica, la entidad creció a velocidad de vértigo entre la admiración general… hasta que se descubrió que todo había sido humo. La constatación de un pufo multimillonario llevó a la intervención del banco y al preceptivo entrullamiento del genio Conde. A la salida, se dedicó a tertuliear en el ultramonte mediático, a montar un partido regenerador con el que se hostió y, por lo que se ve, a las andadas.

El nuevo búnker

Como apuntó Marx, a la Historia le encanta versionearse a sí misma una y otra vez, y en cada bis, de un modo más chusco que el anterior. Miren, por ejemplo, lo patético que era, hace cuarenta años, el búnker franquista. Parecía imposible remedar la caspa grasienta que expelían por toneladas aquellos grotescos individuos tan cortos de mente, que ni se daban cuenta de que sus excamaradas a los que tildaban de traidores eran igual de fachas que ellos solo que lo suficientemente listos para sobrevivir previo cambio de chaqueta. Pues fíjense en sus equivalentes, casi clones, de la actualidad, que no son otros —diría “y otras”, pero juraría que no hay ninguna mujer— que los componentes de la vieja guardia del PSOE. O del búnker, que la palabra les cuadra exactamente igual que a sus antecedentes de camisa azul y correaje.

No sabe uno si reír o vomitar ante la reaparición de esta panda de zombis de lustrosa cartera y largo, ancho y profundo saco de fechorías acreditadas. Impunes, en la mayoría de los casos, lo que multiplica por cien la grima que dan. Hace falta desparpajo. Se reclaman ahora custodios del santo grial socialista y exigen a los jóvenes dirigentes que tengan respeto a las canas y a las arrugas. ¡Ellos, que empezaron sus bribonadas defenestrando sin piedad (y con financiación de muy oscuro origen) a sus mayores entre Touluse y Suresnes, para luego asesinar definitivamente su ideología en el (infausto) XXVIII Congreso! ¡Ellos, los del GAL, la patada en la puerta, la LOAPA, los pelotazos siderales, la corrupción institucionalizada y, en resumen, lo más turbio e inmoral de los últimos decenios!