Responsabilidades griegas

Como de costumbre, no hay lugar para el término medio. O los griegos son una jarca de mangantes que se han ganado a pulso sus desgracias, o unas inocentísimas víctimas de la voracidad insaciable de los mercados, la señorita Rotten-Merkel y el ruin FMI. A partir de una u otra versión, se construyen los discursos y se venden al por mayor entre personal —ahí está la triste clave— que ya tiene una verdad enroscada en cerebelo y lo que busca no es cuestionarla sino confirmarla. Admitiendo que me siento más cercano a la segunda teoría, la de una ciudadanía maltratada por unos poderes perversos con pocos matices, creo que resulta honesto (aunque ya sé que nada popular) señalar elementos que hablan de algún tipo de responsabilidad de una parte del pueblo heleno.

Sin necesidad de entrar en grandes profundidades, se diría que es difícil negar una evidencia: algo han tenido que ver las griegas y los griegos en la elección de sus gobiernos. Salvo el ejecutivo de tecnócratas impuesto por la Troika desde finales de 2011 hasta junio de 2012, el resto de los mandatarios —igual antes que después del descubrimiento del pastelón— salieron de las urnas, y en algunos casos con mayorías holgadas. Solo cuando parecía que ya no había nada más que perder, es decir, el mes pasado, se otorgó la confianza a la formación que proponía romper la baraja.

Para el resto de los comportamientos que han ayudado a Grecia en su camino al desastre, les remito a las novelas de Petros Markaris protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos. Ya desde la primera, aparecida en el lejanísimo 1995, se intuye que la cosa acabaría muy mal.