Supongo que en el Basque Culinary Center ya estarán pensando en poner como asignatura obligatoria la elaboración de una de nuestras especialidades gastronómico-políticas por antonomasia: los panes hechos con unas hostias. El penúltimo salió del horno del Parlamento vasco el viernes pasado, cuando una ponencia creada por y para la concordia tuvo como primer efecto que estallara la discordia en el seno de Aralar. Es verdad que la cosa olía a rosario de la aurora y que cualquiera que conozca este país con tanta querencia por la partenogénesis sabía que tarde o temprano llegaría el momento de hacer el karaoke de María Dolores Pradera: devuélveme el rosario de mi madre —o sea, el escaño y tal vez el carné— y quédate con todo lo demás. Sin embargo, la gota que colmó el tonel de rencores macerados tuvo que ser justamente lo que pretendía ser un paso para que en el futuro nos miremos todos con menos desconfianza. Antes de la suma, la división; no parece el mejor comienzo.
Más triste es aun pensar que la inmolación prematura de Aintzane Ezenarro, Mikel Basabe y Oxel Erostarbe va a servir de bien poco. Me encantaría equivocarme, pero sospecho que su sacrificio tendrá, como mucho, la belleza de los gestos inútiles, y hasta eso se les negará en medio del cainismo imperante. Inspirada en las más loables intenciones y aprobada por una mayoría tan contundente a la vista como ficticia en la trastienda, esa ponencia está condenada a ser nada entre dos platos. Aunque llevemos un buen rato hablando del nuevo tiempo, todavía quedan muchos que no han cambiado la hora, por no mentar a los que usan el reloj como calculadora, que son la mayoría.
No se culpe a nadie. Como mucho, a este cha-cha-chá al que no acabamos de acostumbrarnos después de cincuenta años de heavy metal. Con suerte, un día dejaremos de pisarnos —por descuido o a mala leche— los unos a los otros. Mientras, hay que seguir intentándolo.