Julen, reflexión pendiente

El desenlace del rescate del niño Julen Roselló ha sido exactamente el que habíamos previsto. Qué brutal irresponsabilidad, la de quienes, 13 días después de la caída en un agujero de más de 100 metros de profundidad, seguían alimentando la quimera de que era posible encontrar con vida a la criatura. Y bastante será que el asunto se quede ahí, en el hallazgo del cadáver y el funeral como fin del festín carroñero al que hemos vuelto a asistir. “La investigación empieza ahora”, dijo lapidariamente el ministro Grande-Marlaska, y no somos pocos los que pensamos, sin ser abonados a las teorías de la conspiración, que hay demasiadas cosas por explicar.

No las enumero, porque estimo más conveniente dedicar las líneas que me quedan a pedir —ya sé que sin esperanza— una reflexión sobre el nauseabundo circo que una vez más se ha creado alrededor de un drama. Me temo que mi profesión está en un pozo más profundo que el de Totalán y que no hay bravos mineros asturianos capaces de rescatarla ni viva ni muerta. Lo que hizo Nieves Herrero en Alcàsser, supuesto hito de la mierda en bote mediática, está superado de largo por los vomitivas abordajes de los casos de Diana Quer, Gabriel, Laura Luelmo (a la que llegaron a inventar una forma de morir a beneficio de obra) o, ahora, Julen.

Cabe, bien lo sé, echar balones fuera y culpar de nuestra espeleología entre las vísceras al gusto del populacho. Es verdad que los programas telebazofieros —ojo, los mismitos que nos ilustran sobre Catalunya o el crecimiento de la extrema derecha— arrasan en audiencia cuando echan de comer este guano. Pero hay algunos que nos negamos a hacerlo.

Ahora, geólogos

Hemos sido expertos en siniestralidad ferroviaria, peritos en balística, técnicos superiores en desapariciones humanas, enteradillos del copón sobre incendios forestales, doctores en cambio climático y catástrofes naturales varias y, en fin, maestros Ciruela en mil y una disciplinas. Nos quedaba meternos a geólogos, ingenieros de minas y técnicos de rescates bajo tierra, que es de lo que andamos ejerciendo ahora con un impudor infinito y una obstinación del mismo calibre.

¿De verdad es necesario el seguimiento décima de segundo a décima de segundo de las tareas de búsqueda del pequeño Julen en el pozo de Málaga que se lo tragó? Por supuesto que es noticia. Objetivamente, es un hecho que reúne los ingredientes necesarios para darle una cobertura informativa. ¡Pero con mesura, joder, con mesura! Sobran las elucubraciones de todo a cien, las infografías truculentas que cada canal de televisión o cada medio se saca de la sobaquera, los terceros grados inmisericordes a un padre que, obviamente, no está en condiciones de referirse cabalmente a la situación. Por no hablar del nauseabundo acoso a los familiares, esgrimiendo los micrófonos como si fueran estoques. “¿No pensarán que lo van a encontrar vivo a estas alturas?”, llegó a preguntarles una individua que al volver a redacción recibiría el consiguiente azucarillo por sus chapoteos en el guano morboso. Pero predico en el desierto. Es lo que se lleva y, supongo, lo que vende. Seguramente por eso, en un diario local de tronío la crónica sobre la niña hallada muerta anteayer en Bilbao comenzaba con una alusión totalmente innecesaria a Julen. Qué pena. Qué asco.