Ganar y perder

Al Gobierno vasco y a los partidos de la oposición les salva que los ciudadanos pasamos un kilo del cotorreo que se traen con los dichosos presupuestos. Muy triste, sí, la indiferencia o la desidia ante una cuestión en la que se juegan, y no de modo figurado, muchas alubias. Pero también es el resultado lógico de sumar un cuerpo social con tendencia creciente a la pereza y una jet-set política que pide a gritos ser mandada a esparragar. Lo pongo blanco sobre negro asumiendo la injusticia que supone la generalización. Soy consciente de que hay excepciones y de que no toda la tropa se ha resignado a verlas venir ni todos los mandos y aspirantes a mandos son unos desgarramantas que miran primero por su culo y por sus siglas. Sin embargo, al sacar la media a ambos lados un día que uno se levanta un poco atravesado, la conclusión es desoladora.

Voy al juanete que me duele, que son estas cuentas arrojadizas devueltas al redil tarde y regular. Nos decían que eran lentejas de deglución impepinable y tras una caída del caballo en el camino a Bruselas, resulta que había plato optativo: la prórroga como mal menor mientras se cocina algo que no amargue tanto. Un papelón por parte del ejecutivo, de eso no hay duda, pero al mismo tiempo, el cumplimiento de la teórica demanda de la oposición. Lo esperable habría sido un tirón de orejas inmediatamente antes de remangarse para ponerse a la tarea. Pues no: lo que hubo fue cohetes, olas y congas de la victoria, en la enésima reedición del cuanto peor, mejor. “¡Fracaso, fracaso, fracaso!”, se marcaron un ilustrativo hat-trick dialéctico EH Bildu, PSE y PP. Eso era lo que importaba, y me apresuro a señalar que si hubieran estado los papeles cambiados, el escenario habría sido exactamente igual.

Que no, que esto no va de ver cuánto tenemos y cómo lo repartimos mejor tirando de realismo, sentido común y honradez. Se trata de ganar. Aunque la sociedad pierda.