Me quedo de largo con la RGI

Casi sin atención mediática, la semana pasada decayó en el Parlamento Vasco la iniciativa legislativa popular que solicitaba la implantación de una renta básica incondicional en la demarcación autonómica. Venía avalada por 22.075 firmas, cantidad muy meritoria, y contaba con el apoyo expreso de EH Bildu y Elkarrekin Podemos. El resto de la cámara, una mayoría amplísima y diversa en cuanto a discurso y bibliografía presentada en materia social, votó en contra. Pese al respeto que profeso a muchos de los impulsores —otros me parecen pancarteros bienquedas de aluvión—, yo también habría votado en contra. De hecho, radicalmente en contra.

¿Una cuestión de desinformación por mi parte? Más bien no, en este caso. Desde que escuché hablar de esta propuesta hará cerca de diez años, me he preocupado por documentarme y preguntar qué aporta entregar una cantidad equis exactamente igual a Ana Patricia Botín que a la persona que veo todos los días durmiendo junto a la sede de la Escuela de Ingeniería en Bilbao. Para mí sería igual que imponer a ambos las mismas escalas impositivas. No he obtenido una respuesta satisfactoria. Claro que hay una pregunta aún más definitoria: ¿Hay algún lugar del globo donde la experiencia haya funcionado? No. Nada ni remotamente parecido a lo planteado. No dejaré de escuchar argumentos, pero, mientras tanto, me remito a lo que, con sus posibilidades de mejora, ha demostrado que funciona: la RGI. Hay que ayudar directamente a quienes necesitan ayuda. Y hay que hacerlo, además, con un objetivo claro: sacarlos de la situación de exclusión, no hacer que se perpetúen en ella.

Renta… ¿universal?

Se amplía el repertorio de los grandes debates vacíos para burguesotes sin reparos, progres de pitiminí y algunos incautos que nos pillan en medio. Uno de ida y vuelta. Viejo como el hilo negro o, mejor aun, como la idea de la piedra filosofal. ¿Qué otra cosa sería sino convertir el plomo en oro la erradicación definitiva de la pobreza mediante algo tan simple como entregar a todos y cada uno de los seres humanos una cantidad de dinero suficiente como para cubrir las necesidades básicas? Bueno, o las no tan básicas, que en algunas de las versiones se habla de cifras de café, copa y puro.

Oiga usted, socuñao, que detrás de este prodigio hay economistas de la más reconocida solvencia. No lo negaré, como no se podrá negar tampoco que hasta la fecha ganan por macrogoleada los expertos, incluidos los teóricos de izquierda, que ni se plantean perder un segundo con algo que no llega ni a utopía. ¿Que hay experiencias de larga tradición? Sí, esos casos difusos como el diminuto experimento finlandés recién iniciado o el reparto de unas migajas procedentes de la ¿malvada? explotación petrolífera en Alaska.

Imaginemos, con todo, que los números dieran. ¿Sería un sistema justo? Si la respuesta es sí, tendremos que revisar la defensa de la bondad de la progresividad fiscal o las críticas a los impuestos lineales como el IVA. Ni entro en la delicada cuestión de si sería una invitación a no buscarse las alubias. Me quedo sin dudar con una renta mínima lo más digna y mejor gestionada en su distribución que sea posible para aquellas personas que lo necesiten. Perfeccionar lo que ya hay debería centrar el debate.