Es normal que nos repatee el hígado que nos digan que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Sobre todo, cuando nos lo sueltan tipos que ni han pasado ni pasarán jamás nada parecido a una estrechez. Sí, a mi también me sale la bilis negra cuando se lo escucho a Botin, Rato, Cospedal o Lagarde. En sus labios suena, efectivamente, a ensañamiento gratuito o a cachondeo macabro. Imposible no desearles que les caiga un rayo que les tire pedestal abajo y tengan que subsistir, aunque sólo sea un par de meses, con los cuatrocientos sesenta euros pelados que le pagan, pongamos, a muchísimas viudas.
Sin embargo, digerido el cabreo que provoca que hablen justamente los que deberían sellarse el morro con silicona, no haríamos mal en poner un par de interrogantes a la afirmación. ¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Obviamente, es una pregunta con truco. Para empezar, no tiene una respuesta única, sino tantas como personas se la hagan. Y ahí nos encontramos con otro problema: la inercia probablemente nos llevará a hacernos trampas en el solitario. ¡Es tan cómodo, tan manejable, tan liberador, que las culpas de todo siempre vivan a mil kilómetros o, incluso, en otra dimensión! Los mercados, el capital, el sistema… Sí, unos cabronazos de tomo y lomo, cada día más, pero en el ejercicio que propongo no vale agarrarse al comodín del público. De hecho, existe el riesgo de descubrir que se ha sido —queriendo o sin querer, esa es otra— un poco mercado, un bastante capital y un mucho sistema.
¿Todos culpables, entonces? No, ese es el teorema de los que he citado antes, la responsabilidad dispensada a granel. Esto va de lo contrario, de conciencias individuales que se cuestionan honrada y sinceramente si por acción u omisión tuvieron algo que ver (una parte infinitesimal, se entiende) en que ahora estemos como estamos. Luego vendría, si cabe, el propósito de enmienda.