Margarito López

Siempre parece imposible que el huésped de Ajuria Enea supere sus récords sucesivos de canelismo político, pero lo hace sin despeinarse. Y esta vez, además, avisando de antemano para que la cantada tenga aun más eco, como si en el fondo disfrutara haciendo el pardillo en público. Con asesores así, quién necesita enemigos. El martes por la tarde las cejas enarcadas llegaron al techo de las redacciones al recibir una convocatoria en la que se informaba de que su excelencia coscojalera iba a dirigir un mensaje al mundo sobre su postura respecto al conflicto en el metro de Bilbao.

Más allá de la estupefacción ante lo que suponía pasarse por el arco del triunfo a su consejero y a la panda de ineptos que han convertido en un mal tren chuchú lo que fue un notable servicio público, los alucinados plumillas empezamos a cruzar apuestas por el disfraz que llevaría en la comparecencia. Dos o tres almas cándidas barruntaban que saldría de bombero conciliador. Los demás, que conocemos el paño, estábamos convencidos de que aparecería aviado de pirómano, con una tea y un bidón de gasolina en ristre.

Con López pensar mal y acertar es todo uno. Ahí que se plantó el faro de Portugalete a advertir a los malvados sindicalistas de que se les caería el pelo si por su culpa un solo ciudadano se quedara sin su talo, su txakoli o el calendario de la BBK el día de Santo Tomás, aberri eguna de la transversalidad. Para que luego se dude del vasquismo del PSE. Del socialismo, mejor no hablamos, con servicios mínimos del 95 por ciento y la amenaza de mandar a Lanbide a los levantiscos para que Gemma Zabaleta los remate con la mano izquierda.

Podrá contar a sus nietos que una mañana heroica fue como el campeón Pepe Blanco o la lideresa Esperanza Aguirre. O mejor, como el modelo de ambos en las escabechinas obreriles, Margaret Thatcher. Desde ayer Patxi es Margarito, caballero de latón, que a hierro no llega.