La séptima de Wert

Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodoredo, Turismundo, Teodorico, Eurico… y así hasta Égica, Witiza y Rodrigo. Mejor que vayamos refrescando la lista de los reyes godos por si nos toca echar una mano con los deberes a los churumbeles. Yo que ustedes, rescataría del trastero la Enciclopedia Álvarez y me pondría a darle duro a lo del Ebro que nace en Fontibre y el Guadiana en las Lagunas de Ruidera, aunque esto último se haya demostrado que era mentira. También lo era la versión de la llamada Reconquista, el glorioso descubrimiento de América y no les digo nada la Santa Cruzada. Pero así venía y tal cual había que recitárselo a Don Román, salvo que quisieras ganarte un par de hostias y ser enviado con deshonra al pelotón de los torpes. Quién nos iba a decir que nuestro pasado era el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos.

Séptima reforma educativa en 35 años. Si las seis anteriores fueron, con sus matices, una chufa que no sacó a los alevines hispanistanís del analfabetismo funcional, esta llega con la intención de que salgan igual de parvos pero con un sentimiento patriótico del nueve largo. “La actual dispersión de contenidos es inmanejable”, ha justificado el parraplas Wert la confiscación de las competencias territoriales que trae de serie su ordenanza. Uno de los órganos paraoficiales de propaganda y lametones gubernamentales lo puso ayer en román paladino en su portada: “Una Educación, una Nación”.

Eso lo sueltas en euskera, catalán o gallego, y se te vienen encima los cien mil hijos de Don Pelayo a ponerte de esencialista totalitario para arriba. Suerte si Manos Limpias o los talibanes de DENAES no te arrean una docena de querellas en el occipucio. Pero lo bramas en castellano y eres una persona de bien que pide lo justo y lo necesario. Enterémonos: el disgregar se va a acabar. Ahora, si es caso, es tiempo de segregar. Por sexos y, desde luego, por el tamaño del bolsillo.