Una pensión, no un regalo

Lo dijo hace un mes Patxi López en el Parlamento de Gasteiz y volvió a repetirlo anteayer en una de sus célebres piadas el lenguaraz portavoz del PSE, José Antonio Pastor: las pensiones de los vascos se pagan gracias a la solidaridad española. Se me ocurren pocas formas peores de insultar, además de a la inteligencia en general, a las personas que durante cuarenta o cincuenta años se han hecho migas el espinazo sin dejar de cotizar religiosamente el mordisco mensual a la Seguridad Social. A la española, cuál va a ser si no había ni hay otra.

Se puede comprender que la política, y más cuando huele a urnas inminentes, se deslice un par de grados hacia los andurriales de la demagogia, de las verdades a medias o, apurando, de los exabruptos de fogueo. Sin embargo, hay líneas —no sé si las famosas rojas u otras verdes, azules o amarillas— que jamás se deberían atravesar. Vamos, ni rozar. Mal está una ofensa gratuita al de las siglas rivales que antes o después te acabará atizando también la colleja de rigor. Tampoco es lo más presentable ir por ahí diciendo que has hecho lo que no has hecho o culpando al del cartel de enfrente de todas tus cantadas. No vamos a hacernos los escandalizados por algo que, insisto, estando feo, es moneda común cuando se abre la veda del voto. Lo que no tiene ni un cuarto de pase es cargar el trabuco miserablemente —si les parece fuerte el adverbio, lo silabeo— contra decenas de miles de personas que están percibiendo una parte de lo que se han ganado con su esfuerzo. En no pocos casos, por cierto, una cantidad ridícula en comparación con lo aportado.

Tal vez la futura pensión de López, que no ha cotizado por un trabajo fuera de la política ni un solo día de su vida, y la de Pastor, que sólo lo hizo durante un tiempo muy inferior al mínimo legal, sean una generosa (y suculenta) dádiva. Las del resto son y serán el fruto de mucho sudor. No confundan. No insulten.