Complejos y respeto

Uno tiene, señor Pastor, los complejos justos. No le habría dicho que no a diez o quince centímetros más —de estatura, se entiende—, ni a un careto un poco menos difícil que el que me tocó en el reparto, o a unos abdominales bien torneados en lugar de esta barriga cervecera en imparable expansión. Pero qué se le va a hacer, sobrellevo esas pequeñas frustraciones con la misma fórmula que usted emplea con sus tremebundas incoherencias ideológicas: pasándolas por alto. Cierto es que lo del cinismo es un arte y me quedan como dos o tres vidas para alcanzar su maestría en defender una cosa y exactamente la contraria con idéntica vehemencia y sin que le quite un segundo de sueño. Es la faena de tener conciencia. No me voy a extender en explicaciones, porque ahí sería usted quien necesitaría varias reencarnaciones para comprenderlo.

Me centro, por tanto, en lo de los complejos. Concretamente, en los identitarios, que eran los que asomaban en su tan célebre como innecesario tuit. Según su brillante teoría, todos aquellos que no desearon la victoria de España en la final de la Eurocopa eran una panda de pobres desgraciados merecedores de su condescendiente lástima. ¿No habíamos quedado en que nuestra patria era la Humanidad? ¿No se daba por supuesto que cualquier nacionalismo era un reduccionismo aldeano y ombliguista? Ya, claro, con una excepción, con “su” excepción.

Pues fíjese que yo no se la afeo ni se la censuro. Al contrario, defiendo y aplaudo su derecho a ser, sentirse y proclamarse español a voz en grito. Frente a la fuente de Cibeles o a la de la Plaza Elíptica de Bilbao. Si eso es lo que lleva dentro, no lo reprima. Muéstreselo al mundo con entusiasmo y orgullo. Pero guárdese su pena y su altanera indulgencia hacia los que no comparten su hondo vibrar en rojo y gualda. Soy consciente de que esto también le resulta completamente ajeno, pero existe algo, se lo juro, llamado respeto.

Una pensión, no un regalo

Lo dijo hace un mes Patxi López en el Parlamento de Gasteiz y volvió a repetirlo anteayer en una de sus célebres piadas el lenguaraz portavoz del PSE, José Antonio Pastor: las pensiones de los vascos se pagan gracias a la solidaridad española. Se me ocurren pocas formas peores de insultar, además de a la inteligencia en general, a las personas que durante cuarenta o cincuenta años se han hecho migas el espinazo sin dejar de cotizar religiosamente el mordisco mensual a la Seguridad Social. A la española, cuál va a ser si no había ni hay otra.

Se puede comprender que la política, y más cuando huele a urnas inminentes, se deslice un par de grados hacia los andurriales de la demagogia, de las verdades a medias o, apurando, de los exabruptos de fogueo. Sin embargo, hay líneas —no sé si las famosas rojas u otras verdes, azules o amarillas— que jamás se deberían atravesar. Vamos, ni rozar. Mal está una ofensa gratuita al de las siglas rivales que antes o después te acabará atizando también la colleja de rigor. Tampoco es lo más presentable ir por ahí diciendo que has hecho lo que no has hecho o culpando al del cartel de enfrente de todas tus cantadas. No vamos a hacernos los escandalizados por algo que, insisto, estando feo, es moneda común cuando se abre la veda del voto. Lo que no tiene ni un cuarto de pase es cargar el trabuco miserablemente —si les parece fuerte el adverbio, lo silabeo— contra decenas de miles de personas que están percibiendo una parte de lo que se han ganado con su esfuerzo. En no pocos casos, por cierto, una cantidad ridícula en comparación con lo aportado.

Tal vez la futura pensión de López, que no ha cotizado por un trabajo fuera de la política ni un solo día de su vida, y la de Pastor, que sólo lo hizo durante un tiempo muy inferior al mínimo legal, sean una generosa (y suculenta) dádiva. Las del resto son y serán el fruto de mucho sudor. No confundan. No insulten.

Chismorreos interesados de ayer y hoy

Caso Gürtel, tres trajes y cientos de millones de euros redistribuidos a bolsillos amigos: un chismorreo interesado. Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón y recordman mundial de premios de la lotería que se quería mear en la sede de Izquierda Unida: un chismorreo interesado. Miñano y sus derivadas, que entretienen mucho a los comisionados -¿o comisionistas?- del Parlamento Vasco, incluidos los filtradores contumaces al Grupo mediático nodriza: un chismorreo interesado. Malaya, dicen que esa fue gorda, con no sé cuántos miles de llamados a declarar, wáteres de oro, folclóricas, cachulis y un tipo que está en una trena de lujo donde tiene montados un par de despachitos: un chismorreo interesado. Osatek y Margüello, dos en uno de distinto signo con la ubre sanitaria pública vasca como suculento denominador común: un chismorreo interesado.

Y tantos más…

EREs andaluces de pega, tan salerosos que uno de los actores del astracán fue dado de alta como trabajador por cuenta ajena desde el mismo día en que nació: un chismorreo interesado. Pretoria, que no está en Sudáfrica, sino en Catalunya, aunque las cuentas, por si acaso, estaban en Andorra, Madeira y Suiza: un chismorreo interesado. ¡Bravo, Victor!, le decían a un coleccionista de expedientes fiscales de la Hacienda de Gipuzkoa, que se dejó por el camino un pastucio ganso de todos los contribuyentes: un chismorreo interesado. Jaume Matas, molt honorable de las islas a las que se cruza por Transmediterránea, pero un pardillo de tomo y lomo que no ha sabido evitar el trullo quizá porque desconocía el santo y seña: un chismorreo interesado. Faisán, cintas que vienen y van y una oportuna llamada telefónica: un chismorreo interesado. Operación Picnic, que por aquí no suena a mucho, pero que en las mismas islas recién mencionadas ha hecho que un partido que tocó pelo gubernamental se disuelva y nazca de nuevo bajo otras siglas: un chismorreo interesado.

Roldán, Kio, Filesa, Ibercorp, Gescartera o, más cerca, Urralburu, apellidos y anagramas que nos llevan a un pasado muy cercano, aunque tras los ríos de tinta que corrieron sólo había lo de siempre: un chismorreo interesado. Prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, apropiación indebida, falsedad documental, concesión de licencias ilegales, recalificación dolosa, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, delito fiscal, delito electoral. Para qué hacer tan gordo el código penal, si todo se reduce a lo mismo: un chismorreo interesado. ¿Verdad, señor Pastor?

La política y el espectáculo

Me gusta la esgrima dialéctica en la política. En mi anterior vida como domador sabatino de leones parlamentarios, disfrutaba una enormidad cuando José Antonio Pastor y Joseba Egibar se iban al centro de la arena y se cruzaban unas guantadas verbales bajo cuya contundencia no era difícil apreciar que allá en el fondo había una buena dosis de respeto mutuo. Aunque eran aún más broncos y hasta no faltos de algún que otro golpe bajo, los combates hercianos entre los fajadores Leopoldo Barreda y Pepe Rubalkaba -¡cómo se enardecía la audiencia!- también se atenían a la misma coreografía. La prueba es que cuando sonaba el gong, uno y otro recomponían el gesto y se iban juntos a tomar un café para sorpresa de más de un parroquiano del bar donde lo hacían. Una có no quita la ó, cantaba Sabina.

Habrá quien piense que lo que describo es la demostración palmaria de la gran farsa que es la política. Menudo descubrimiento. No es casualidad que las personas a las que elegimos -en listas cerradas, por cierto- reciban el nombre de representantes. Qué otra cosa van a hacer, entonces, sino representar el papel que les ha tocado en el guiñol de la cosa pública. Para hacerlo con convicción y trabajarse la reelección es imprescindible que tengan un cierto domino de las artes escénicas. Como esos que dicen que sólo ponen la tele para ver los documentales de la 2, podemos ir de puristas y exquisitos, pero a la hora de la verdad nos va el espectáculo. Sí, también en la política.

Basagoiti, fuera de concurso

Ya, pero, ¿qué pasa con las ideas? Que no cunda el pánico. No tienen por qué perderse por el camino. Grado de cinismo arriba, grado de cinismo abajo, los buenos actores y las buenas actrices de la farándula parlamentaria, si de verdad lo son, construyen con ideas más o menos genuinas sus dos de pecho. Los cuatro nombres que citaba al inicio de la columna son -pueden discrepar, por supuesto- buenos ejemplos de ello.

El problema llega cuando se traspasan las tan mentadas líneas rojas, azules o amarillas y el ejercicio político se queda en exabrupto hueco o pura melonada. El sano juego de contacto al límite de lo que marca el reglamento se convierte entonces en populismo barato, en chanza trillada de ese primo o cuñado graciosete que hay en toda boda que se precie. Sugerir, como ha hecho Antonio Basagoiti, con aparataje de broma paleta, que el embajador de Venezuela es un terrorista va más allá de la demasía. Supongo que es mucho soñar que cualquiera de los buenos espadachines de su partido le den unas lecciones.