Chismosos globales

El visionario Marshall McLuhan, primero de los cromos de la breve y descangallada colección que hacen los alumnos de periodismo, palmó en 1980 sin sospechar hasta qué punto llegaría a hacerse realidad su celebérrima aldea global. Aldea, eso sí, no en el sentido más noble del termino, cuando se refiere a una comunidad de prójimos que, con sus defectos y virtudes, son capaces de deslomarse en la era del vecino o compartir una bota de peleón a la fresca. Lo que han creado los cachivaches tecnológicos que conoció él y los que han venido después es, más bien, un gigantesco villorrio superpoblado de garrulos cuya diversión más sofisticada es encontrar víctimas propiciatorias que tirar al pilón. Ello, cuando no se dan —es decir, nos damos— a linchamientos y lapidaciones de adúlteras, ovejas descarriadas, sospechosos de tener tratos con Satán o, simplemente, pobres desgraciados señalados por un dedo rematado por una uña llena de mugre.

Lo peor es que ejercemos esta catetería gañana creyéndonos que estamos en todo nuestro derecho, simplemente por el hecho de ser dueños de un televisor, pagar una tarifa plana de internet o disponer de cuenta en Twitter o Facebook. Pues no. No teníamos ningún derecho, pero absolutamente ninguno, a saber que una mujer de un pueblo de Toledo que jamás pisaremos había grabado un video subido de tono. No, ni aunque fuera concejal. Nada nos facultaba para conocer su nombre, su aspecto físico, su edad, su profesión y mucho menos su situación familiar o sentimental. Para qué hablar de las dichosas imágenes robadas de su móvil. Seguramente era inevitable que eso  fuese por un tiempo comidilla de comadres y compadres locales o material para los pajilleros de las pedanías limítrofes. Pero jamás debió salir de la comarca.

Ahí es donde McLuhan patinó. Ingenuamente, bautizó la nueva era como Sociedad de la información. Debió decir, en todo caso, del chismorreo.

Chismorreos interesados de ayer y hoy

Caso Gürtel, tres trajes y cientos de millones de euros redistribuidos a bolsillos amigos: un chismorreo interesado. Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón y recordman mundial de premios de la lotería que se quería mear en la sede de Izquierda Unida: un chismorreo interesado. Miñano y sus derivadas, que entretienen mucho a los comisionados -¿o comisionistas?- del Parlamento Vasco, incluidos los filtradores contumaces al Grupo mediático nodriza: un chismorreo interesado. Malaya, dicen que esa fue gorda, con no sé cuántos miles de llamados a declarar, wáteres de oro, folclóricas, cachulis y un tipo que está en una trena de lujo donde tiene montados un par de despachitos: un chismorreo interesado. Osatek y Margüello, dos en uno de distinto signo con la ubre sanitaria pública vasca como suculento denominador común: un chismorreo interesado.

Y tantos más…

EREs andaluces de pega, tan salerosos que uno de los actores del astracán fue dado de alta como trabajador por cuenta ajena desde el mismo día en que nació: un chismorreo interesado. Pretoria, que no está en Sudáfrica, sino en Catalunya, aunque las cuentas, por si acaso, estaban en Andorra, Madeira y Suiza: un chismorreo interesado. ¡Bravo, Victor!, le decían a un coleccionista de expedientes fiscales de la Hacienda de Gipuzkoa, que se dejó por el camino un pastucio ganso de todos los contribuyentes: un chismorreo interesado. Jaume Matas, molt honorable de las islas a las que se cruza por Transmediterránea, pero un pardillo de tomo y lomo que no ha sabido evitar el trullo quizá porque desconocía el santo y seña: un chismorreo interesado. Faisán, cintas que vienen y van y una oportuna llamada telefónica: un chismorreo interesado. Operación Picnic, que por aquí no suena a mucho, pero que en las mismas islas recién mencionadas ha hecho que un partido que tocó pelo gubernamental se disuelva y nazca de nuevo bajo otras siglas: un chismorreo interesado.

Roldán, Kio, Filesa, Ibercorp, Gescartera o, más cerca, Urralburu, apellidos y anagramas que nos llevan a un pasado muy cercano, aunque tras los ríos de tinta que corrieron sólo había lo de siempre: un chismorreo interesado. Prevaricación, cohecho, malversación de caudales públicos, apropiación indebida, falsedad documental, concesión de licencias ilegales, recalificación dolosa, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, delito fiscal, delito electoral. Para qué hacer tan gordo el código penal, si todo se reduce a lo mismo: un chismorreo interesado. ¿Verdad, señor Pastor?