Se dice que hay personas que no aciertan ni cuando rectifican. Y la cosa es que ni siquiera podemos incluir en tan poco edificante categoría a Margarita Robles. Sencillamente, porque la jefa del negociado de milicias españolas no ha tenido la decencia de tratar de enmendar sus miserables palabras —siento la dureza, pero no hay otro modo de calificarlas— sobre lo que podría haber evitado la actuación del ejército patrio en las labores de rescate tras el derrumbe del vertedero de Zaldibar. “A lo mejor si la UME hubiera intervenido hace un año, un cadáver no estaría en un sitio”, les recuerdo que escupió la ministra. Eso, por cierto, después de haber reconocido ella misma en las fechas de autos que los uniformados no hubieran podido hacer más de lo que se hizo.
Y, sí, muy bien, dice la magistrada en excedencia que el Gobierno vasco ha hecho “todo lo que está en su mano” para recuperar el cadáver de Joaquín Beltrán, pero no va más allá. Ni se desdice de la desmesurada e injusta imputación ni recuerda que doce meses atrás aseguró que la tal UME no pintaba nada entre los cascotes del vertedero que se vino abajo. Qué lejos quedan aquellos días —yo sí me acuerdo— en que teníamos a Robles como balsámica voz comprensiva con los entonces malvadísimos vascos. Su transformación es digna de estudio. O quizá no.