Responso por ZP

Como consumimos la actualidad con frenesí bulímico, entre bocado ansioso y bocado ansioso nos perdemos buena parte de lo que realmente está pasando. O, por lo menos, de lo que también (imaginen este adverbio en negrita y subrayado) está pasando. Es una de las maldiciones de mi oficio, que todavía no ha conseguido la maña suficiente para pensar y masticar chicle al mismo tiempo y por eso se ve abocado a contar sólo una noticia por vez. Ortodoxia periodística en mano, no hay duda de que la de estos días en nuestro entorno inmediato es la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno español. Todos los focos y los flashes son para él. Incluso si apuntan a otros es porque son secundarios de la película que protagoniza.

Así es y así debe ser seguramente. Sin embargo, por algún tipo de disfunción interpretativa de mis neuronas, encuentro también altamente noticiable lo que está ocurriendo fuera de la pantalla, que es donde ha quedado el que hasta anteayer salía en los títulos de crédito gordos. De hecho, confieso que siento menos curiosidad por el paquetón de medidas de aliño del recién llegado que por lo que esté pasando por la cabeza de José Luis Rodríguez Zapatero, ahora que el BOE está a punto de certificarlo como ex.

Ahí tiene que haber material para una telenovela, una tesina de filosofía y dos o tres capítulos de un manual de psiquiatría. La pena es que todo ello se vaya a quedar durmiente y sólo despertará, ya descafeinado, cuando dentro de un tiempo le venga Planeta con un cheque para que lo vierta en unas de esas memorias trampeadas a beneficio más del ego que de la verdad. Para entonces, el juguete cruelmente roto por la crisis, los enemigos oficiales y —lo más doloroso— los mismos que le lamían los mocasines cuando tuvo mando en plaza será una persona diferente a la que ahora abandona el escenario por la puerta de atrás. Muchas cuentas se quedarán sin ajustar.

El martirio de ZP

Entre lo épico y lo patético hay un cuarto de paso. Probablemente, Zapatero se sueña a sí mismo como un defensor de Numancia dispuesto a morir antes de perder la vida, pero a los demás se nos antoja apenas como el utillero del Alcoyano pidiendo prórroga cuando va palmando seis a cero. Las herramientas del análisis político han dejado de servir para tratar de encontrar una explicación a su empecinamiento. Harían falta un chamán, un psiquiatra o un buceador de almas para desentrañar las misteriosas pulsiones que lo mantienen atornillado a un potro de castigo donde recibe por todos los costados sin la mínima posibilidad, no ya de devolver, sino de esquivar un solo golpe.

Más allá de simpatías o antipatías ideológicas, para quien albergue una migaja de piedad, el espectáculo empieza a ser de una crueldad que deja en broma la del toro alanceado de Tordesillas o, si nos ponemos, la del martirio de San Sebastián. Para colmo, quienes habían de ser sus cirineos o los buenos samaritanos que echaran bálsamo a sus heridas, le obsequian zancadillas y vinagre. ¡Cómo tuvieron que dolerle al obcecado leonés las desalmadas descargas de fuego amigo que le procuraron el lunes Juan Luis Cebrián y, haciéndole el eco a su jefe, el editorialista de El País!

Y esos han sido los penúltimos en llegar. Antes que ellos, al ecce homo de La Moncloa le habían apuñalado por la espalda nueve de cada diez antiguos palmeros, empezando por el aparentemente inofensivo López y terminando por el mismísimo Pepunto Rubalcaba. Imposible discernir si para resistir tal mortificación hay que tener estómago de acero o sangre de batido fresa. Para el caso, patata. El resultado final es que el multitraicionado y poliabandonado sigue sin soltar el clavo ardiendo. Como un boxeador groggy, continuará boqueando en el cuadrilátero hasta que suene el gong o le aticen el guantazo que lo mande definitivamente a la lona. ¿Qué ocurrirá antes?