
Son las cinco y media de la mañana.Corre una fresca brisa primaveral y todavía no ha amanecido. En la parada del autobús tan sólo hay un par de guiris delgadurrios y nosotros.
Por fin llega el autobús del aeropuerto. Viene hasta los topes. Subimos. Los guiris se quedan rezagados:quieren pagar con tarjeta pero la que tienen no les vale, luego lo intentan en metálico pero con billetes de 50 euros que tampoco se aceptan.Comienza entonces una agria discusión.El conductor les conmina firmemente, a gritos, a que se bajen y el personal comienza a impacientarse.Me adelanto y pago sus billetes .Los recogen sin decir ni mú, como si les asistiera un derecho divino extraterritorial.Tampoco hacen amago alguno de agradecimiento: «Haz el bien y no mires a quien»- decían los Hermanos Maristas en mi infancia.
Ya en el aeropuerto,una vez hecho el embarque, el vuelo es rápido.Sin embargo, a la llegada, y pretendiendo conectar con un nuevo vuelo, tras varias vueltas, trenecillo incluido, una desgraciada organización- confesa por uno de los operarios – nos hace pasar de nuevo por el control de seguridad.
Llevamos un documento europeo de viaje,pero nadie nos ha comentado si hay que hacer otro similar a la vuelta: todas oficinas ad hoc están cerradas a cal y canto.
Llegados al destino final, salimos a la calle sin que nadie nos reclame el dichoso documento europeo dPLF que , por cierto, nos costó toda una tarde cumplimentarlo.
Ya en el hotel, reflexiono sobre todo lo anterior y concluyo que a pesar de la propaganda buenista hay gentes que son más papistas que el Papa, que hay ciudades que no están preparadas para recibir – ni para despedir- turistas por mucho que se empeñen, y ,por fin que Europa continúa siendo una agrupación de una ineficacia clamorosa.
Y, no sé porqué, recuerdo aquello de la familia, el municipio y el sindicato, bases articuladoras de la denominada democracia orgánica, aquella de la época del » Volare... «, con el que Domenico Modugno ganó el Festival de San Remo de 1958…








