Aunque estas líneas se publican cuando el calendario marca el nueve de marzo, las estoy escribiendo el ocho, a punto de naufragar en un mar morado de excelentes intenciones que volverán a convertirse en calabaza en cuanto den las doce. Cada página de internet a la que entro me recibe con una ventana emergente, generalmente patrocinada por una entidad pública, donde un lema más o menos brillante comparte espacio con una fotografía en la que aparecen -qué obviedad, ¿no es cierto?- mujeres. Los publicistas saben lo que tienen que vender en cada campaña. Esta vez no toca mostrar escotes tentadores ni delantales de cuadros o manoplas que sacan del horno el asado de rechupete del que van a dar cuenta el marido y la prole. El atrezzo es otro: carpetas, ordenadores, teléfonos móviles, batas blancas, y algún buzo con casco a juego para que no se diga. En el casting han tenido suerte por un día las actrices y modelos a las que no llaman para los anuncios de coches o colonias. ¿Cuela? Me gustaría conservar la ingenuidad y el entusiasmo suficientes para decir que sí. Sería muy reconfortante no sentirse un vinagre que le saca faltas a todo y poder disfrutar de la emoción reivindicativa… pero no.
Algo ha fallado
Trato de compartir y apoyar en la medida de mis posibilidades los encomiables mensajes de estas veinticuatro horas. Sin embargo, la realidad me desmiente a cada rato. Formo parte de la generación que dio por seguro que vería con edad suficiente para disfrutar de ello el fin de la desigualdad de sexos o, por lo menos, sus aledaños. Era cuestión, pensábamos, de dar un poco la murga en la escuela y de cuidar cuatro detallitos más. Poco a poco veríamos cómo los niños y las niñas sobre quienes habríamos dejado caer la lluvia fina y constante de valores chachiguays irían adoptando de modo natural los comportamientos igualitarios.
Menudo fracaso. Basta mirar lo que confiesan sin rubor en las encuestas o, más descorazonador aun, poner la oreja en las conversaciones de cualquier cuadrilla de quinceañeros, para comprobar que no solamente no hemos avanzado, sino que hemos retrocedido media docena de casillas. Lo más parecido a una equiparación que se ha logrado es que ellas sean tan machistas como ellos, aunque ni siquiera se lo planteen. ¿Dónde ha estado el fallo? Probablemente en no ver que estábamos luchando contra una fuerza infinitamente más poderosa de lo que creíamos. Las campañas, los eslogans, los buenos propósitos, los ochos de marzo… están muy bien. Pero parece que no son suficientes.
Efectivamente. No son suficientes porque son un lavado de cara de una caspa muy pertinaz. Mi discutible opinión es que la «culpa» de que siga existiendo ese rancio machismo la tenemos, en un porcentaje muy alto, las propias mujeres, porque, en un escenario familiar de tradición machista al uso, la mujer es la que «educa» a la prole y el hombre el que trae el dinero a casa, y con eso cumple. Es por tanto esa educación, que no modifica lo que están viendo, la que fija y da esplendor a los comportamientos sexistas posteriores.
Y toda labor que pretendas consolidar en interminables horas de tutoría para llevar a buen puerto lo de la igualdad, se ve destruido en un pis-pas con media hora de Hombres, mujeres y viceversa de la siempre igualitaria Tele 5. Pero no hay que ser tan negativo porque ya se atisban cambios en lontananza.
Desde hace 20 años los mejores expedientes en Secundaria, Bachillerato y Universidad son siempre de chicas que poco a poco, como lluvia fina, van a ir aposentándose en la sociedad y en sus puestos dirigentes. Otro problema es que cuando lleguen a esos puestos actúen como «machitos» o adquieran esa malas costumbres del mundo masculino que suelen ser no ver más allá de las narices y creer que el futuro es pasado mañana y poco más. Muchas de mis alumnas más brillantes ya están en puestos de poder y no han tenido que relegar tampoco su maternidad, así que poco a poco, no me sea cenizo.
Exactamente lo mismo. Pienso exactamente lo mismo. Y me cuesta muchísimo entenderlo. Yo también pensaba que íbamos a poder disfrutar de una sociedad plena en igualdad entre los sexos. Que era tarea fácil, lógica. A día de hoy, en mi desamparo, dudo de mis ideas. Y digo desamparo, por que defender los derechos de las mujeres es encontrarte solo frente al muro. ¿Cuál es el camino?, ¿Porque al hombre, al macho nos cuesta tanto ser tolerantes?, ¿O es que no es solo un problema de los hombres, de los machos? Tan difícil es ser generoso con los demás!. Tantos años para tan poco, la verdad, produce mucha tristeza. Y lo peor de todo es que los próximos decenios necesitaremos seguir “celebrando” el día de la mujer trabajadora, de la misma manera que celebramos el día del animal doméstico o del niño. Los hombres, los machos no necesitamos de ningún día, porque somos nosotros los que imponemos que días se tiene que celebrar.
Lo más triste de los machistas es que no se dan cuenta de que son machistas.
Los anteriores comentarios podrían estar firmados, sin problema, por cualquier caballero medieval.
algo falla…..de veras véis desigualdad contra la mujer en la sociedad actual?o vivo yo en mi burbuja……o lo que se ha hecho es dar la vuelta a la tortilla y que la mujer hoy en día goza de más privilegios que el hombre.
el tribunal europeo ha tenido que ir ya en contra de la tradición sexista de las aseguradoras de cobrar menos a las mujeres.
en mi trabajo las mujeres cobran igual que los hombres a igualdad de rango laboral (y de horas trabajadas……que no se olvide , porque si una mujer se coge reducción de jornada lo normal será que no cobre igual que la que no se lo coge). Mi chavala cobra más que yo.
Un marketing y un consumo diseñado para la mujer….no es más que el reflejo de que el victimismo feminista de hoy en día es un brindis a la propaganda que hacen las diferentes corporaciones ( tanto políticas como empresariales ) para captar el apoyo de ese colectivo.