Una vez, otra y otra… ¡y otra más! Acabé perdiendo la cuenta de las ocasiones en que durante el pasado fin de semana mi retina se enfrentó al topetazo de los aviones, la llamarada y finalmente, el derrumbe de las torres gemelas. Dio igual que me hubiera propuesto conscientemente huir del más que previsible bombardeo audiovisual que lleva adosado una efeméride así. Era levantar la vista hacia cualquier pantalla, aunque fuera para ponerle Phineas y Ferb a mi hijo o consultar el tiempo en internet, y encontrarme de morros con las imágenes que pretendía evitar. Y no sólo con ellas. Era mucho peor lo que las acompañaba, ese desparrame de solemnidad, emotividad o potitos ideológicos de todo signo colados de matute.
Eso sí, cada pieza se presentaba como si fuera la última, definitiva e irrefutable versión de los hechos. Sólo por pura estadística es probable que alguno de los documentales, reportajes o refritos contuviera datos o claves valiosas. El problema era distinguir en semejante torrentera qué era grano y qué era paja. Está escrito y además comprobado que la sobredosis de información es una de las formas más efectivas de desinformación que hay. Muchos de los que sostienen tal idea se suelen adornar atribuyendo el exceso a pérfidos y oscuros poderes. En este y en tantos otros casos me temo, sin embargo, que si ha habido orquestadores de maniobras, se podían haber evitado el trabajo. Con o sin consigna, el resultado habría sido el mismo. Los medios tenemos una querencia natural por la demasía.
Sería un simple defectillo menor, si no fuera porque en la borrachera hiperbólica a algunos les da por creerse la FOX o la CNN y se pulen la pasta que lloran no tener en viajes transoceánicos, hoteles, dietas y transmisiones vía satélite que cuestan un ojo de la cara. Luego, claro, a la consejera no le salen las cuentas y tiene que pedir a unos peritos en tijeras que le hagan un informe.
¡Cuidao, que se te deja caer Dani Alvarez por el blog y te llama cura!