En política sí existe el determinismo. Por lo menos, para los pequeños partidos que surgen de la costilla o, más prosaicamente, del michelín de las formaciones grandes y, por eso mismo, mejor preparadas para la supervivencia. Entre las líneas de su registro en el ministerio de Interior queda escrito el sino de las nuevas siglas. No es muy halagüeño que digamos. La mayoría están condenadas a no pasar de su tercera campaña electoral y no son pocas las que sólo ven una vez su anagrama en una papeleta antes de echar la persiana por cese de negocio.
En el caso de Aralar, esa ley casi universal que augura un corto viaje cuando se abandona la nave nodriza se veía acentuada por su propio ADN. Conseguir aquello por lo que en buena parte había nacido, el final de la violencia de la ETA, le dejaría en la encrucijada hamletiana: ser o no ser. Como estamos viendo, ese momento ha llegado y con él, la disyuntiva entre permanecer como cabeza de ratón o conformarse con ser cola de león. El mismo del que se escindió; tal vez con otro pelaje, pero a fin de cuentas, el mismo.
Lo tremendo, como sabemos por la cantidad de ellos a que hemos asistido, es que estos debates se libran a la vista pública. Y es en ese preciso lugar donde se encabronan y se tornan más y más dolorosos para quienes los protagonizan. Ahí suelen aparecer sin ser llamados cizañadores vocacionales y cobradores de presuntas viejas deudas a poner megafonía y alborotar más el patio. Cómo iban a faltar en este momento crítico para un partido al que se le tenían tantas ganas desde el instante mismo en que echó a andar.
Desconozco, aunque me lo temo, en qué acabará todo esto que nos irá suministrando titulares que algunos juzgarán suculentos, ni es mi intención hacer un epitafio prematuro. Sólo pido un respeto para una formación y unas personas que, contra muchos pronósticos y zancadillas, han sido capaces de llegar hasta aquí. Es lo menos.
¿Respeto? Sí, total. Ha sido una formación política con un planteamiento valiente y que ha ayudado a que la cuerda de la que tiraban los más radicales de la IA se destensara, fundamentalmente por la legitimidad que la sociedad vasca dio a otro tipo de ser de izquierdas y abertzale sin recurrir al anacrónico tiro en la nuca. Vaya aquí mi más sincero agradecimiento a cada uno de los miembros de Aralar (los defenestrados y los no defenestrados), al igual que al resto de formaciones, instituciones e individuos a título particular que han ayudado (y seguirán ayudando) a la transición política de la paz en nuestro país. Sin embargo, a partir de aquí, si Aralar presenta un ideario ideológico diferente a Bildu/Amaiur, (¡ojo, también diferente del resto de partidos ya existentes!), por supuesto que tendría su sitio. Pero en ese caso, debería producirse un desarrollo/evolución previo y convencer a parte de la ciudadanía para defender ciertos presupuestos, los que sean, porque tal y como están las cosas los votantes actuales (es decir, los que votaron en los últimos comicios autonómicos) les dieron su confianza por defender lo que preconizaron entonces. Como dices, Aralar no es el primer partido (ni será el último) que ha nacido de la costilla o michelín de otro mayor, y seguramente, estará abocado a diluirse o desaparecer. Pero ello no es más que la consecuencia de una falta de recursos para sobrevivir en el contexto actual. El espectro político vasco es el que es, y hacerse un hueco en el mismo implica defender un ideario ideológico específico. Efectivamente, si la única seña de identidad de esta formación política no era más que su rechazo explícito a la violencia pero compartía el resto de presupuestos políticos con la izquierda abertzale, está claro que en la tesitura actual su papel distintivo ha desaparecido.
De igual forma que algunas (pocas) películas se convierten en obras maestras porque entre todos los ingredientes necesarios para ello, incluyen la habilidad de quedarse con el metraje adecuado, sin extenderse, las formaciones políticas también deben saber cuándo su papel ha llegado a su fin. Ello no invalida ni resta valor a su trayectoria pasada y el efecto positivo que hayan podido tener dichas formaciones. Pero es que hay que saber dónde cortar un largometraje, una relación, o lo que sea por aquello que donde no hay mata, no hay patata. Y aquí ya nos hemos quedado sin mata. El respeto a las personas y formaciones políticas es necesario siempre, pero cuando uno se revuelve demasiado cual pez que ya no volverá al mar, no está más que cavando su tumba y es normal que esté más tiempo y con más razón en boca ajena. De todas formas, hablar de los políticos no es perder respeto a personas; no olvidemos que por definición es una profesión pública donde su cometido es representar a los demás y va incluido en el lote estar siempre bajo la vigilante mirada de la ciudadanía a la que representa.