Como, gracias a una tara genética de mi estirpe, no me dejé contagiar por la alegría explosiva, me resultó muy sencillo mantener a raya al virus que trajo desde Bucarest la hiel amarga de la derrota. Es una curiosa cualidad que tenemos las almas atormentadas: nos pasamos la vida encabronados por lo que al común de los mortales se la trae al pairo y, supongo que en justa compensación o por simple instinto de supervivencia, nos volvemos de mármol mientras todo el mundo a nuestro alrededor estalla en llanto inconsolable. Con nuestra también innata incompetencia para la empatía, todo lo que se nos ocurre es hacernos a un lado y contemplar el siempre lírico paisaje después de la batalla perdida.
A eso me dediqué la noche del pasado miércoles. Cumplido el trámite de un programa que me habría encantado no tener que hacer, salí a la calle con el respeto con que se acude a los funerales para infiltrarme en la desolada marea rojiblanca. Muy esperanzador, el primer apunte para mi cuaderno de campo imaginario: decenas de pares de ojos con rastros de lágrimas aún evidentes eran capaces de componer, en sincronía con todos los demás elementos de los rostros, una sonrisa más que aceptable. Tengo todavía pegada en la retina la de la veinteañera morena con una camiseta de Toquero que, seguramente al verme tan mayor, quiso cederme el asiento en el metro. Renuncié a su invitación y me quedé de pie fisgando a hurtadillas cómo chateaba —whatsupeaba, en realidad— con un desenfado que impedía sospechar que apenas hora y pico antes se le había hecho pedazos un sueño. En el resto del vagón tampoco había nada que delatara un drama reciente.
No volveré a reconocerlo jamás en público, pero coincidiendo con ese pensamiento, se vinieron abajo mis defensas. Llegué a casa con los ojos humedecidos y la confortante convicción de que nuestros equipos —todos ellos— engrandecen incluso en las derrotas más dolorosas.
A mí no me importaría una noche de «sueños rotos» tras haber disfrutado de unas cuantas de «ilusiones desbocadas».Al fin y al cabo el tema de la felicidad es el resultante de sumas y restas,ya que los ratos amargos son consustanciales a la vida y por tanto inevitables ,y de lo que se trata es de que los momentos felices sean más que los amargos.PensarA otra cosa es dirigirnos día sí día también hacia la fustración.Por lo tanto concluyo que me hubiera encantado ser del athletic todita esta temporada,incluso el miércoles pasado,y haber acabado como una magdalena por las calles de Bucarest.
Y es que para saber lo que significa un «alma atormentada» hay que ser de la Real Sociedad,gure erreala,sufrir en Anoeta casi toditos los partidos(incluso algunos que se acaban ganando por 4-1) y no te digo nada los de fuera….pero por suerte,los sentimientos no se pueden racionalizar y seguimos aquí,y seguiremos aquí,esperando una noche de «sueños rotos» como la del Athletic.
Hasta hace relativamente poco tiempo creía que paralizar todo un territorio «hipercalórico» en lo funcional, como el nuestro, era una muestra de irracionalidad y de exceso de romanticismo.
Menos mal que he cambiado de parecer; los que no somos futboleros, como es mi caso, pero nos echamos en brazos de la Locura Athletic sin pensárnoslo demasiado, tenemos comprobado que incluso las derrotas saben bien si se han cocido en el fuego de la alegria durante meses.
Confieso que yo tb ha sido de las que ha llorado por aquello del autoengaño: hasta tenía elegido sitio para ver el desfile por la Ria, como tantos otros miles, pero una vez pasados los primeros minutos de congoja se impuso la medicina de andar por casa de quienes no gastamos un euro en libros de autoayuda: «a vivir, que son dos dias», o «que nos quiten lo bailao»…y otras muletillas que buscan la felicidad en el calor del grupo.
Lo que no pienso hacer de ninguna manera es echar cuentas de cuánto nos hemos fundido en nuestra pequeña familia a cuenta del Athletic: una cosa es abandonarse a los placeres de la emoción y otra ser masoquista.
Ya sabía yo que me caías bien por algo….. almas atormentadas, claro que sí. No me gusta el fútbol como a tantas y tantas personas pero es de lo poco que nos hace comunidad, yo estaba deseando de que ganara el Athletic para ser testigo del orgasmo colectivo. Tenemos ya muy pocas alegrías, ojalá que gane el 25, aunque sigamos siendo perdedores en tantos terrenos de la vida ( o incluso en todos) por lo menos tenemos esto. Me alegró que jugaran con la camiseta tricolor, algún futbolero internacional seguro que aprendió algo de Euskadi esa noche (ya sé que soy muy cansina con el tema pero no lo puedo evitar). Cuando vuelva a tener dinero (si es que lo vuelvo a tener) y me vaya de viaje, me resultará un poco más fácil explicar que soy from the Basque Country. Coño, para algo tenía que servir tanto fervor!!!.
Si antes hablo…noche de emociones y ojos húmedos en Anoeta ayer.A quien más quien menos nos cantó un pajarito en el pecho durante la despedida del «gran capitán».Mikel Laboa;»gure bazterrak»,»izarren hautsa».Bertsolaris,bengalas a tutiplén,pancartas,gritos unánimes y Miken Aranburu dando la vuelta al campo con Anoeta casi petada en pie,rompiéndose las manos.
Lo cierto es que por un momento pensé si no era excesivo todo aquello,si cuadraba con nuestro ser Giputxi más bien frío y mesurado,pero rapidamente me di cuenta de que aquello trascendía al futbol,a un buen jugador y a una meritoria trayectoria profesional.
No aplaudíamos solo a un futbolista,no,en realidad aplaudíamos una forma de ser y de vivir.Aplaudíamos la seriedad,la honestidad,la entrega,la humildad y la discreción.Aunque también pensé que es mucho más facíl coleccionar valores desde la atalaya que desde el fango pero que,a su vez,estar en un lado o en otro no garantiza ni resta virtud de salida .Ayer fue un día de emociones positivas y con eso me vale.
«Mikel:Herriye harro zeok».