No debería ser una imagen más, una de las tantas que nos sulfuran durante un ratito antes de pasar al archivo de agravios sin esperanza de vendetta. Ese dedo enhiesto de Luis el cabrón —qué corto se quedó quien lo bautizó así— con jersey color nazareno a la vuelta de su garbeo chulesco por Canadá no puede irse de rositas a la desmemoria ni ser amortizado por cuatro exabruptos de mero trámite. Si la indignación y la rabia que se proclaman por las esquinas son media migaja auténticas y no un pataleo de párvulos contrariados, tendríamos que grabarnos a fuego en las retinas la peineta y usarla como espuela para azuzar la conciencia. Es decir, las conciencias, porque aunque se ha titulado con una benevolencia de manda narices que el gesto iba dedicado a la prensa que le aguardaba en el aeropuerto, canta la Traviata que los destinatarios de la gañanada somos todos los integrantes del censo. Por eso mismo, la respuesta a la monumental faltada del zurullo engominado nos compete también del primero al último contribuyente.
Ya, ¿y cómo? Pues ahí entran el libre albedrío y la mayoría de edad individual y social que se nos suponen. No seré yo tan incauto de dejar negro sobre blanco y al lado de mi firma las ideas que se me ocurren porque algo me dice que, curiosamente, los de las togas cuasi cómplices no tendrían conmigo las contemplaciones que están gastando —¿por qué?— con el infecto tipejo que nos regala saludos digitales desde la cima de su impunidad. Aclaro, en evitación de líos mayores, que descarto, por principios pero también por ineficacia, la violencia física. Ya que parece que vamos a tardar en verlo a la sombra y que, aunque lo viéramos, no perdería un céntimo de marronáceo patrimonio, el objetivo último sería que, sin necesidad de tocarle una cana, el despreciable individuo llegara a hacerse una idea regular del asco que nos da. Que se sepa un apestado y que verdaderamente lo sea.
«Al Rojo Vivo», la mítica película en la que James Cagney grita aquello de «En la cima del mundo, mamá!», cuando estaba ya cercado por las llamas.
En la cima del mundo están Luis el Cabrón, el Sr acomplejado del bigote «a la führer», todas esa caterva envenenada del Opus Interprises, el PF en general…y el cappo de todos, aquel que fue ungido por Franco en los años 60 y que tb dedicó un gesto exactamente igual al público que protestaba por su enésima visita a «Las Provincias Vascongadas» (sic).
Creo que haces muy bien en apuntar pero no en señalar: en este estado de mierda en el que nos vemos obligados a vivir, la mal llamada Justicia es de todo menos justa y siempre hay por ahí un fiscalillo de guardia persiguiendo infieles antipatriotas.
No seria hoy porque el mercado de los revoltosos está un poco activo, pero seria en otra ocasión.
Olvidaba decir que James Cagney pagó por sus crímenes.
Ay, estos guionistas de Jolivud….