Pillada con los dedazos en el tarro de la mermelada, Yolanda Barcina parece aspirar a batir la plusmarca mundial de declaraciones abracadabrantes. Nadie suelta con más desparpajo que ella que del asunto de las megadietas dobles y triples lo que importa es que su eliminación fue cosa suya (pasando siempre por alto el pequeño detalle de que se subió el sueldo en una cantidad equivalente, por cierto). Lo de los alicatadores que se encienden Cohibas con billetes de quinientos euros fue sencillamente sublime; consiguió que la indignación y el cachondeo nos brotaran juntos y revueltos de la misma herida.
Sin embargo, por estrafalarias que puedan sonar esas palabras y por resultonas que sean para convertirlas en jugoso titular, no son las que más me han llamado la atención de entre las toneladas que ha expelido estos días la aún presidenta de Navarra y de UPN. Será porque soy un clásico o porque tengo la manía de fijarme en lo aparentemente accesorio y escudriñar lo que se oculta tras el dobladillo de las cosas, pero considero más elocuente la frase de la doña que entrecomillo a continuación: “Me voy a esforzar en que siga habiendo un dique de contención frente a los nacionalistas”.
Se dirá, con razón, que eso no es nuevo. Incluso, que viene de serie con el personaje y que lo sorprendente sería que de su boca saliera algo diferente. Claro que sí, pero lo revelador es que saque a paseo la matraca en este preciso instante en el que prácticamente todos sus hechos conocidos nos gritan que Barcina no está en la política para defender unas convicciones. Si repasamos los más sonados episodios que ha protagonizado últimamente, comprobaremos que casi siempre hay dinero de por medio. A veces, como en las cesantías de la UPNA o las dietas de Vinsa, en unas cantidades que la retratan como pesetera sin matices. Su pretendida ideología, ese antivasquismo de trazo grueso, es lo que le paga su tren de vida.