Dietazo archivado

Titulares que hacen daño: “La juez del ‘caso Can’ da carpetazo definitivo a toda la causa”. Mentalmente añades que ya está, que se acabó, que tenemos que circular porque aquí no hay más que rascar. Y te viene a la cabeza aquella serie de televisión que veías en la lejana infancia, en blanco y negro y con doblaje mejicano. Sí, hombre, ya me acordaré del título, aquella que empezaba o terminaba con una sentencia lapidaria: “No olviden que el mal siempre paga”. ¿En cuántas ocasiones he visto que ocurriera eso en la vida real? Tres o cuatro, no creo que sean más. Lo normal es exactamente lo contrario.

¿Había motivos para pensar que esta vez iba a ser diferente? Debía de haberlos, porque no era yo solo, que al fin y al cabo estoy a ciento cincuenta kilómetros, el que tenía esa (falsa) impresión. Coincidían media docena de señales que también para los que pisan el terreno se antojaban inéditas, comenzando por el simple hecho de que alguien con toga se atreviera a escudriñar bajo la alfombra de los intocables. ¡En la Navarra de Mola y Garcilaso! ¡En su capital, la plúmbea y provinciana Umbría retratada por Miguel Sánchez-Ostiz, esa ciudad que sigue honrando en placas y piedras a tantos enterradores! Y los paisanos, en lugar de desviar la mirada o conformarse con el cuchicheo, hablando del asunto a plena luz y a cara descubierta por las calles. O incluso, sumando manos para tirar de la manta sagrada. Enfrente, el régimen con cara de pasmo y cierto acojono, preguntándose qué carajo había podido pasar para que los mansos dejaran de serlo.

Supongo que tras digerir el ricino del archivo de la causa sobre el dietazo, es preciso combatir la tentación del desaliento pensando que hay cimientos presuntamente inamovibles que se han echado un buen baile. El mal no ha pagado esta vez, pero el susto no se lo quita nadie. Ni la desasosegante sensación de que su impunidad no va a durar toda la vida. Ya no.

Barcina de los diques

Pillada con los dedazos en el tarro de la mermelada, Yolanda Barcina parece aspirar a batir la plusmarca mundial de declaraciones abracadabrantes. Nadie suelta con más desparpajo que ella que del asunto de las megadietas dobles y triples lo que importa es que su eliminación fue cosa suya (pasando siempre por alto el pequeño detalle de que se subió el sueldo en una cantidad equivalente, por cierto). Lo de los alicatadores que se encienden Cohibas con billetes de quinientos euros fue sencillamente sublime; consiguió que la indignación y el cachondeo nos brotaran juntos y revueltos de la misma herida.

Sin embargo, por estrafalarias que puedan sonar esas palabras y por resultonas que sean para convertirlas en jugoso titular, no son las que más me han llamado la atención de entre las toneladas que ha expelido estos días la aún presidenta de Navarra y de UPN. Será porque soy un clásico o porque tengo la manía de fijarme en lo aparentemente accesorio y escudriñar lo que se oculta tras el dobladillo de las cosas, pero considero más elocuente la frase de la doña que entrecomillo a continuación: “Me voy a esforzar en que siga habiendo un dique de contención frente a los nacionalistas”.

Se dirá, con razón, que eso no es nuevo. Incluso, que viene de serie con el personaje y que lo sorprendente sería que de su boca saliera algo diferente. Claro que sí, pero lo revelador es que saque a paseo la matraca en este preciso instante en el que prácticamente todos sus hechos conocidos nos gritan que Barcina no está en la política para defender unas convicciones. Si repasamos los más sonados episodios que ha protagonizado últimamente, comprobaremos que casi siempre hay dinero de por medio. A veces, como en las cesantías de la UPNA o las dietas de Vinsa, en unas cantidades que la retratan como pesetera sin matices. Su pretendida ideología, ese antivasquismo de trazo grueso, es lo que le paga su tren de vida.

Los dietistas

Ni la Dukan, ni la del iris, ni la de la piña. La auténtica dieta milagrosa, que a diferencia de las anteriores no sirve para adelgazar sino para echar michelines económicos, es la del culo y las sillas. Consiste en aposentar el primero en tantas de las segundas como se sea capaz al mismo tiempo. No vale, claro, cualquier taburete, banqueta o escañil. Deben ser nobles asientos de Consejo de Administración de empresas públicas o parapúblicas. Por lo mismo, tampoco sirve un trasero corriente y moliente de currela, pensionista o parado. Han de ser genuinas nalgas de político o política, con la justa distribución de magro y grasa que las hace especialmente idóneas para sentadas de larga duración. Es la combinación de ambos factores la que arrojará resultados espectaculares.

Si buscan pruebas de la efectividad, pregunten en Navarra, donde el método está haciendo furor, a tal punto, que hay quien propugna que se le conceda rango de foralidad. Hay motivo. Que se sepa, por lo menos tres prohombres del Viejo Reyno —Miguel Sanz, Álvaro Miranda y Enrique Maya— y una promujer —Yolanda Barcina— han visto cómo sus cuentas corrientes han engordado un congo gracias a una disciplinada realización de los ejercicios propuestos.

No crean que hablamos de calderilla. Sólo por dejar que sus posaderas acaricien de tanto en tanto el cuero de los sillones del Consejo de Administración de la Caja de Ahorros de Navarra, las egregias personalidades citadas se han levantado una media de 60.000 euros anuales. A sumar, por supuesto, a los jugosos emolumentos que cobran por sus respectivas actividades… y otras pedreas que, de momento, permanecen en la oscuridad.

¿Que si es legal? Mejor todavía: es “totalmente ético”, en palabras ofendidas por la duda del plusdietista Miranda, que aun añade: “Yo soy un trabajador. Ser político no significa que no tenga que llevar un sueldo a casa todos los meses”. Lloren.