Hay primeras rebanadas del pan de molde con mejor currículum que Alfonso Alonso para hacerse cargo de la cartera ministerial de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Cierto que, en ese sentido, en poco se diferencia de la mayoría de los integrantes del estrafalario gabinete de Rajoy, a cada cual más incompetente. A estas alturas de la legislatura, ya nos ha quedado claro que el presidente plasmático no escoge a su guardia de corps por sus capacidades, sino atendiendo a razones más retorcidas. Le sirven especialmente los de piel y mollera duras, con ego de talla triple XL, sentido legionario de la disciplina y disposición ciega a parar con su cuerpo las balas dirigidas a su amo y señor.
Todas esas son facultades que adornan, hasta por exceso, a Alonso, un tipo que desde su más tierna infancia soñaba con ser lo que le acaban de nombrar: ministro, lo de menos era de qué. Es gracioso que sin distinguir una aspirina de una onza de chocolate y fumando —también en público— como un carretero o un personaje de Mad Men, el señorito le haya encajado justamente en Sanidad. Simplemente, las cosas se han dado así. Era la vacante que había. Si en lugar de Mato, hubiera caído otro pichón gubernamental, el vitoriano también habría sido el repuesto.
Por ese lado, la elección contiene algo así como la declaración de últimas voluntades del PP. Intuyendo que no queda casi nada para ser desalojado de Moncloa, Mariano —se dice que con la intercesión de Soraya— ha querido premiar a título casi póstumo a su más abnegado, entregado y sumiso servidor. La lección es que en política la forma más efectiva de trepar es reptando.
La idea del record de la tortilla de patata ¿no sería idea de él, verdad?
La cosa, que qué mal Gobierno tiene la, desgracia de sufrir la iberia, en materia sanitaria.
Y el bocas del Consejero, siempre con la última aberración a punta de lengua.