Votar en conciencia

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? O, preguntado de modo más directo: ¿Tienen conciencia los representantes políticos? Entre que por mis venas corre sangre gallega y que aborrezco el vicio de la generalización, tiendo a pensar que unos sí y otros no. Aunque, ahora que caigo, para los efectos de esta columna, que la tengan o la dejen de tener es secundario. Lo que en realidad yo quería plantear, atiéndanme al matiz, es si se les puede o debe permitir ponerla de manifiesto en una votación parlamentaria.

Advierto que no sirve como respuesta el sí cuando el desmarque del (o de la) culiparlante en cuestión coincide con nuestra postura y el no cuando ocurre lo contrario. Y tampoco vale la triquiñuela de establecer que hay asuntos en los que cabe apelar a la tal conciencia —mayormente, los de cintura para abajo— y otros que no están sujetos a ella. Como coincidimos hace un par de noches en Gabon de Onda Vasca, tan peliagudo puede ser pronunciarse sobre el aborto como hacerlo sobre las aspiraciones soberanistas, una reforma laboral que lamina derechos o un aumento del IVA que no se contemplaba en el programa electoral.

Hechas todas esas apostillas, volvemos al intríngulis de estas líneas: ¿Es o no de recibo que una persona elegida en el seno de una lista cerrada, bloqueada y vaya a usted a saber si en el número tres o en el catorce, se constituya en verso suelto y vote lo que le salga de… la mentada conciencia? ¿Lo es cuando el pronunciamiento personal va abiertamente en contra de los motivos que han llevado a los electores a optar por ese partido en concreto? Confieso que no lo tengo claro.

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