Del presunto debate definitivo vi treinta segundos. Es lo bueno de la cultura audiovisual de mi tiempo. Medio minuto da para un Quijote completo y cuarto y mitad de La Divina Comedia. Suficiente, en este caso, para comprobar la escasa calidad del paño. Soraya SdeS con sonrisa de estreñimiento (¿Pon dientes, que les jode?), Rivera frotándose las manos como si quisiera prenderse fuego allí mismo, Sánchez tirando de repertorio de vendedor de enciclopedias de Argos Vergara. Completando el cuarteto, el que me dio la impresión de estar más cómodo: Pablo Iglesias Turrión, polemista profesional, capaz de defender con idéntica vehemencia contenida arre o so, y tuteando despreciativamente al resto de los que componían la francachela.
Un momento. Deténganse en ese detalle, si es que lo era. Yo, quizá pasándome de suspicaz, lo encuentro más bien una categoría que caracteriza fielmente tanto a los contendientes como a la contienda. Extiendo, de hecho, el desprecio y la falta de respeto hacia los teóricos destinatarios del intercambio dialéctico, es decir, las ciudadanas y los ciudadanos. Quienes se tengan por tales y no por meros telespectadores a los que les da igual la final de Masterchef que una confrontación de ideas entre personas que aspiran a presidir el gobierno de un Estado tendrían motivos para sentirse un tanto molestos por ese colegueo chusco.
No digo yo que no haya que romper con ciertas rigideces artificiosas de la pugna política. Es verdad que el oigausté canta a naftalina, pero no se puede debatir sobre el futuro de un país como quien discute los ingredientes de la pizza que se va a encargar.
Casi me ganas en menor tiempo visionando el cuarteto de monologuistas. Lo vi de reojo, sonido «mute», en un bar al estilo de los partidos de fútbol que se ponen como adorno de circunstancias.
Mal asunto es que quienes se postulan a formadores de Gobierno del Estado dejen como poso de este largo soliloquismo con ecos, quién ganó o quién perdió, quién tuvo la ocurrencia más simpática y quién la pifia más notoria, quién vestía con salero y quién no.
De los asuntos de Estado nada más que generalidades que a nada comprometen.
P.S. justamente ahora hablan en ese bochornoso programa de ETB indigno de una TV pública de qué vestimenta llevaban
Pues bueno, como en todo, hay para todos los gustos. Yo es que aborrezco los tratamientos especiales, y más los excepcionales como los «vuecencias», «excelencias» y demás. No recuerdo la última vez que traté de usted a alguien, pero fue hace muchísimos años. Esa moda que entró en Europa en la Edad Media y que según tengo entendido empezó por hablar en plural al dios de turno y siguió con la obligación de hacerlo con reyes, marqueses, condes… y fue bajando de categoría porque todo el mundo quería que los que estaban por debajo de él le tratasen con «respeto» y le equiparasen a Dios. No me gusta el «usted», y me encanta la peculiaridad vasca del hika pero como no lo domino no puedo usarlo y no me queda más remedio que hacerlo en zuka. La cosa es que eso fue de lo que más me gustó del debate. No sé si empezó Pablo o Albert, ni si se ceñía a alguna estrategia típica para acercarse a los más jóvenes o qué, pero me gustó. Me gustó el aspecto de naturalidad que le dieron al debate el «tú» y ciertos movimientos y expresiones que se usaron.
Pero lo que más me gustó fue la fuerza que le vi a Pablo Iglesias respecto a los demás, aunque no le vaya a votar, ni a él ni a ninguno de los otros.
No creo que la buena actuación en este debate le dé suficiente gasolina como para la remontada que ellos tanto claman, ya podría ser, pero ha demostrado su altura política.