Qué pena más grande, Iñigo Errejón representando su propia caricatura, la del niño gafapasta al que le quitan los cromos y el bocata en el patio del colegio. Con qué docilidad lamelibranquia bajaba la cabeza ante los micrófonos y decía que el abusón de la clase no le había pegado, que solo estaban jugando a Tarzán y Chita. O, entrecomillado del modo en que lo recogen las crónicas incluso de los medios menos sospechosos de antipodemismo: “A lo mejor los españoles tienen que acostumbrarse a que se contrastan ideas en abierto y somos compañeros”. Guau, guau, guau, le faltó añadir. Buen chico, de nuevo a palmar, como cuando hace medio año el líder destituyó sumariamente a Sergio Pascual, su hombre de confianza, y después de pasarse dos semanas de morros sin aparecer en público, volvió un día a su escaño a recibir las carantoñas para la cámara de su dueño.
Lo divertido y a la par revelador es que esta vez Iglesias Turrión se ha superado en egolatría y perversión. Ha atizado ante los focos a su saco de las tortas por haber osado opinar que quizá la formación morada debería dulcificar el discurso. Con dos narices, Pablo se mofó de Errejón en un mitin en Vigo: “Podemos construir un torpe silogismo según el cual hay que parecerse a los partidos tradicionales para que te vote la gente”. Servidor, que tiene una gota de memoria, recuerda que fue él mismo quien dijo el pasado 3 de julio en El Escorial lo que sigue: “Entramos en una fase en la que nos tenemos que convertir en un partido normal”.
Desde el córner, la candidata digital Pili Zabala trata de que la bronca no le salpique: “Es cosa de ellos”.