Las verdades duran lo que duran. Incluso, a pesar de la brasa que nos dan, las científicas. O especialmente esas, y con particular querencia, las que tienen relación con las cosas de comer y beber. No vean, además, la prisa que gastan los sabios de la materia en mudar de alfa a omega, de arre a so, de cero a infinito y/o viceversa. Que antes, por lo menos, desde que se creaba un mito hasta que se desmentía transcurrían unas cuantas generaciones. El durante siglos despreciado pescado azul pasó un día a la categoría de mano de santo, y aguanta en el Olimpo de la nutrición más de dos décadas después de la muerte de Grande Covián. Hoy, sin embargo, las pontificaciones tardan dos pestañeos en contradecirse.
Ahí tienen la perversidad sin límite ni freno del aceite de palma. Hace nada, armados de profundísimos e irrefutables estudios, andaban proponiendo estampar en los envases de las margarinas imágenes como las de las cajetillas de tabaco. Se acusaba a la grasa del diablo de genocidios silenciosos sin cuento. ¡Con qué acojono nos hemos estado dejando los ojos frente a los lineales del híper en el a veces vano intento de discernir si tales galletas o cual mayonesa incorporaban el veneno!
Pues para bien poco, porque acaban de desembarcar eruditos que, apoyándose en trabajos tan documentados como los otros, concluyen que tampoco es para tanto. Después de abroncar al ignorante común de los mortales por dejarse amedrentar, anotan con displicencia que bueno del todo no es, que al final de algo hay que morir, y que hay cosas peores. Como el glutamato o los refrescos light, vigentes malvados hasta nueva orden.
Hombre, las «verdades» científicas dependen, básicamente, de quién las pague.
En cuanto al aceite de palma, señor Vizcaíno, sea mejor o peor para la salud, es u de los mayores desastres medioambientales que hay. La deforestación y extinción de especies acelerada que está provocando su cultivo es peor que la del Amazonas.
Pero oiga, si a usted no le parece tan grave convertir las selvas tropicales en desiertos porque así tiene donuts pues no pasa nada.
Todavía estamos así: con gente que piensa que. si destruimos el planeta no nos pasará nada.
¡Cómo me engañaban en el cole cuando me decían que la especie humana es inteligente!
Nunca has oído la queja de los que se preparan un examen de euskara, diciendo que Euskaltzaindia cambia un montón las normas? Pues no es así. Las lenguas son criaturas grandes y complejas; mucho de lo que se «cambia» desde la sede en la Plaza Nueva en realidad no se había llegado a examinar con seriedad anteriormente y se hacía por supuesta tradición; por la opinión de la primera persona que se encontró con el caso, vamos.
Lo mismo ocurre con los estudios de alimentación. Simplemente, no es ético alimentar a alguien con únicamente aceite de palma y ver si la palma (perdón, perdón). Se hacen estudios estadísticos a largo plazo, estudios en modelos animales y demás. Los resultados, por lo tanto, son muy parciales y se tienen que ajustar para un montón de factores.
Lógicamente, cuando a la OMS le vas con «parece que un consumo de tal durante tal tiempo produce X efectos», se acojona y esto se transmite a los nutricionistas/divulgadores, que a su vez hacen que el público en general sienta miedo.
No es que la verdad se cambie. Es que la verdad, en ciencia, es la suma completa de las evidencias obtenidas. Evidencias que pueden ser incompletas o haberse recogido mal.
De todas formas, una cosa que no va a cambiar: un consumo excesivo de cualquier cosa y la falta de ejercicio siempre producirán problemas. Claro está que esto es muy vago y de sentido común, no da para alarmas sanitarias.
Karakorum: No me he explicado bien, me parece. Ni de lejos digo que esté de acuerdo con la nueva visión beatífica sobre el aceite de palma. Y menos, cuando, como usted señala, su cultivo es una brutalmente dañino.
Entonces lo he entendido mal; mis disculpas.
No, sinceramente, creo que no ha quedado muy claro en mi texto. No es la primera persona que lo interpreta así. 😉