Conforme a lo milimétricamente previsto, en lugar de la reflexión sincera que pedía, mi columna de ayer provocó la reiterada colección de pretextos. Cada uno de los que cité, y el que con toda la intención obvié, sabiendo que es el clavo ardiendo reglamentario desde, como poco, 1977. Claro, cómo iba a ser de otro modo. La culpa de la gelidez social vasca para reclamar el derecho a decidir es del PNV. Por pactista, por joderrollos y por tener a la peña engañufada con las cuatro chuches del Concierto. Nótese cómo el argumento, si es que lo es, incurre en flagrante incoherencia, por no decir directamente que en vergonzoso insulto a la sociedad en cuyo nombre y por cuyo bien se proclama actuar. En pocas palabras, se viene a decir que el pretendido pueblo soberano es imbécil porque no sabe querer lo que tiene que querer. O en la versión más suave, no seamos faxistas, lo que le conviene querer. Y por eso se empeña en otorgar elección tras elección la condición de primer partido (con el segundo a varias traineras) a uno que sistemáticamente lo arrastra por el camino equivocado.
Supongo que es vano tratar de explicar que el cuento funciona exactamente al revés. No son las siglas las que llevan a la gente, sino la gente la que lleva a las siglas. Entre lo poquísimo que, en general, me gusta de cómo se ha ido desenvolviendo el procés, me quedo, justamente, con el hecho de que el primer acuerdo fue el social. A partir de ahí —dejo los matices para cuando tenga más espacio—, a los partidos no les quedó otra que aparcar sus mil y una guerras y tratar de ponerse al frente de la ola antes de que se los llevara por delante.
Voy más allá: ¿por qué hay que buscar culpables de algo o hacer reproches?
Me parece estupenda y legítima la iniciativa de GED pero me parece tan respetable y legítimo participar en ello como no hacerlo.
No es obligatorio ni bueno en esencia (ni malo) poner en marcha un proceso de este tipo. Es una opción. Como es una opción no hacerlo. Y parece que la sociedad vasca está hoy en coordenadas distintas a las de ese tipo de procesos.
Y eso, repito, no es bueno ni malo. Es lo que quiere la sociedad; ¿no se trataba de respetar eso?
Por supuesto, que cuando la sociedad vasca (o una parte muy representativa) quiera embarcarse en algo así debería permititírsele pero no veo nada reprochable en el hecho de ahora no esté por la labor.
Goebels, jefe de propaganda del Partido Nacional Socialista, cuyo sagrado líder y caudillo fue Adolfo Hitler decía lo mismo. El pueblo soberano alemán es estupido y es preciso ayudarle a cruzar el largo trecho hasta construir el gran imperio ario que dominará el mundo.
El pueblo soberano vasco sabe exactamente lo que quiere y a donde va en cada momento y lo refleja en las urnas, salvo que los sumos sacerdotes y las vestales del templo de la independencia digan que se practica el pucherazo en cada cita con las urnas.
Mezclar la mística con la política suele provocar la generación de moléculas fascistoides. El espectáculo de algunas urnas sagradas catalanas 1 O sobre las mesas getxotarrss me pareció patético.
Aquí cada perrito que se lama su cipotito, que el Ex Govern catalán ya dio muestras de su solidaridad con Euskadi recientemente en Bruselas.
El resultado de esta consulta ha arrojado una participación del 13,02 % de los llamados a votar.
En las últimas elecciones autonómicas. EH Bildu obtuvo una representación del 21,36% de los votos emitidos, lo cual, con una participación del 62,26 %, resulta ser un 13,22 % de los llamados a votar.
Esta insinuante cercanía hace asimilar estas consultas al derecho a decidir con un plebiscito por la independencia, promovida por un partido muy concreto. Quizá he aquí uno de los errores que arrastra la campaña por el derecho a decidir. La sociedad no se siente llamada más que un 13 %.
La legitimidad de una consulta en realidad no la aporta quien la hace, si no aquellos que acuden. Y cuando quien la convoca está claramente identificado, la respuesta es previsible.
El trabajo es seducir a quien debe ir. Y desde luego, a mí, que he participado en una recientemente, no me vuelven a engañar participando en una consulta por el derecho a decidir, encontrándome al llegar con una papeleta para optar por la independencia de Euskadi. Y no quiero decir que esté en contra, sino que lo que yo pensaba, quizá ingenuamente, era que votaría por el derecho a decidir, pero no pude, porque no se me preguntaba eso.
Este derecho debería arrancarse antes. Esta concreción de la soberanía en las distintas sociedades que forman el Estado es la que hay que conseguir. Concretemos y regulemos nuestros derechos.