Si no fuera porque ya no es de buen tono el asunto de darle al trujas, la banda sonora de este minuto la pondría Saritísima: fumando espero la convocatoria electoral ya inevitable. Les confieso que, echando cuentas, es lo que más encorajinado me tiene, que debamos aguardar a mañana, haciendo unas vísperas pegajosas en las que los opinadores de aluvión —servidor entre ellos— no vamos a encontrar mejor cosa que hacer que darles la tabarra sobre el asunto.
Pragmático que es uno por naturaleza, no me detendría más de lo necesario a llorar por la leche derramada. Ya ni modo, que cantaría, en este caso, Chavela. Es verdad que da pena y una gota de rabia por ese calendario de transferencias, aunque fuera rácano. O por las mejoras en las pensiones más bajas y esa otra media docena de medidas sociales que tenían bastante buena pinta. Incluso por el desahucio de la momia del bajito de Ferrol o tantas y tantas promesas que dejará en el limbo el ciudadano Sánchez si es verdad que mañana le planta el descabello a la legislatura.
Y aunque el cuerpo pida echar tres cagüentales, tampoco procede —ahora pongo a Sabina en el plato— ir con la cofradía del santo reproche a joder la marrana a quienes han propiciado el coitus interruptus. Bastante tienen con lo suyo las fuerzas soberanistas, puestas en la tesitura de escoger entre peste o cólera. Aguante cada palo su vela, y apechugue con lo que haya de venir. De nuevo, me abstendría de hacer apuestas, y esta vez no solo porque Sánchez las revienta todas, sino porque la memoria nos revela que es frecuente que acabe no ocurriendo lo que parece impepinable. Paciencia es lo que toca.
Lo triste es que aquellos que confiaron (Ortuzar el último) en que era mejor Pedro Sánchez que Mariano Rajoy en la Moncloa, me refiero a soberanistas catalanes, nacionalistas vascos ávidos de transferencias y podemitas con ansia de progresia, aquellos, pues que nada, que no. Que al final es igual: La capacidad de postureo de los ferrazianos de amagar y no dar, del «Otan de entrada no, pero que sí», de agendas de transferencias escritas en el hielo, de federalismo inevitable pero evitado, es muy similar a la habilidad de los rajoyas de Génova de limpiar paletadas de billetes la arcas del estado en su beneficio, o de trampear las campañas electorales para ganar elecciones y comisiones.
Todo decae para volver a lo mismo. Creo que alguien ganará insuficientemente y el perdedor más ambicioso apoyará a condición de algo rodeado de líneas rojas, que no se cumplirá.
Y esto sucede mientras todas las opciones políticas sean mentira: Socialistas que no lo son, liberales que no lo dicen, conservadores en lo público pero no practicantes en lo particular, franquistas que no lo son, salvo que les toque a su momia. Centro que es derecha, izquierda asustada y desarmada que es centro, izquierda radical preocupada por el «que hay de lo mío, líder mío»; otro centro que es ultra liberal pero que ha vivido del estado, ultraderecha escondida pero votada por fachas ocultos, y que se conserva mediante partenogénesis, para volver a unirse como las gotas de mercurio.
Muy penoso. Falta nivel.