Sobre el adelanto

Confieso que me cogió a contrapié el portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, cuando contó que el lehendakari había pedido a las consejeras y los consejeros una reflexión sobre la fecha más propicia para celebrar las elecciones que tocan este año. Ahí, sin duda, había un mensaje. No digo en el hecho de que se pidiera opinión a quienes integran un gabinete, que es lo razonable y deseable cuando se forma parte de un equipo, sino en la decisión de hacerlo público. ¿Qué nos quería decir Iñigo Urkullu con ese gesto? Sigo preguntándomelo y a lo más que llego a partir de lo que conocemos sobre su forma de actuar es a que hay una buena razón.

Respecto a la fecha, les ahorro las especulaciones y las dejo para mi círculo próximo, porque cualquier afirmación que dejara por escrito no pasaría de cuñadada de barra de bar. Los vaticinios enteradísimos no son lo mío. Ayer, sin ir más lejos, asistí a la divertida yenka de los que fijaron el 5 de abril a primera hora de la mañana, lo desmintieron a mediodía y volvieron a asegurarlo por la tarde.

¿Será ese día? Echando mano de los plazos previstos, muy pronto saldremos de dudas, así que insisto en que no merece la pena entrar a jugar a Rappel y/o a politólogos de lance, que en el fondo es lo mismo. Sí quiero decir, a riesgo de volver a ser minoría absolutísima, que si el motivo del leve adelanto es buscar no coincidir con las elecciones catalanas anunciadas en diferido por Torra, lo comprendo pero no lo comparto. El riesgo de contaminación siempre va a estar ahí, y nuestros procesistas de salón se van a emplear a fondo. Quizá no calculen que el tiro les salga por la culata.

Sánchez se libera

Tic, tac, tic, tac. Aquí seguimos, esperando a Godot-Sánchez, que con su puntito de divo, se ha reservado una aparición estelar para anunciar lo que ya nos llevan contando desde hace un buen rato sus arcángeles, es decir, que no hay más bemoles que convocar elecciones generales. Queda el detalle nada menor de la fecha, que sea la que sea, será mala. Porque es demasiado pronto, demasiado tarde, porque está muy pegada a las otras citas con las urnas o muy distante o porque las hace coincidir en el domingazo y será un pifostio del quince. Cada cual encontrará su motivo para poner a bajar de un burro al todavía presidente del gobierno español, lo que, conociendo el peculiar funcionamiento de las filias y las fobias políticas, a él le vendrá de cine.

Aprovechará, no lo duden, la baza del martirologio. Que si nadie me quiere, que si todos se han puesto de acuerdo para tumbarme, y que quienes han propiciado su claudicación se arrepentirán de haberlo hecho cuando el trifascio sume los votos necesarios para ocupar los bancos azules del Congreso de los Diputados. Algo de razón tendrá, no digo que no, pero al mismo tiempo, me permito señalar que esta tocata y fuga libera al individuo de las mil y una promesas imposibles de cumplir que llevaba acumuladas desde que se hizo con el bastón de mando. Menuda excusatio non petita del tamaño de la catedral de Burgos, la nota emitida desde Moncloa con la lista de proyectos que se van por el desagüe, desde la eliminación del copago farmacéutico a la ampliación del permiso de paternidad, pasando, cómo no, por la exhumación de los residuos de Franco. He ahí un programa electoral.

Incómoda espera

Si no fuera porque ya no es de buen tono el asunto de darle al trujas, la banda sonora de este minuto la pondría Saritísima: fumando espero la convocatoria electoral ya inevitable. Les confieso que, echando cuentas, es lo que más encorajinado me tiene, que debamos aguardar a mañana, haciendo unas vísperas pegajosas en las que los opinadores de aluvión —servidor entre ellos— no vamos a encontrar mejor cosa que hacer que darles la tabarra sobre el asunto.

Pragmático que es uno por naturaleza, no me detendría más de lo necesario a llorar por la leche derramada. Ya ni modo, que cantaría, en este caso, Chavela. Es verdad que da pena y una gota de rabia por ese calendario de transferencias, aunque fuera rácano. O por las mejoras en las pensiones más bajas y esa otra media docena de medidas sociales que tenían bastante buena pinta. Incluso por el desahucio de la momia del bajito de Ferrol o tantas y tantas promesas que dejará en el limbo el ciudadano Sánchez si es verdad que mañana le planta el descabello a la legislatura.

Y aunque el cuerpo pida echar tres cagüentales, tampoco procede —ahora pongo a Sabina en el plato— ir con la cofradía del santo reproche a joder la marrana a quienes han propiciado el coitus interruptus. Bastante tienen con lo suyo las fuerzas soberanistas, puestas en la tesitura de escoger entre peste o cólera. Aguante cada palo su vela, y apechugue con lo que haya de venir. De nuevo, me abstendría de hacer apuestas, y esta vez no solo porque Sánchez las revienta todas, sino porque la memoria nos revela que es frecuente que acabe no ocurriendo lo que parece impepinable. Paciencia es lo que toca.