Me ha hecho sonreír hacia adentro que los más aguerridos defensores de los chavalotes consentidos de Mallorca, Salou y desfases del mismo pelo hayan sido los del ultramonte diestro —Vox sin tapujos— y los de su contraparte requeteprogresí. A veces no es que los extremos se toquen, es que se soban y hasta se magrean en fondo y forma. Una vez más, entre los argumentos paternalistas como “Todos hemos tenido 18 años” o “Nosotros, que bebemos en las terrazas, no somos un buen ejemplo”, siempre está el eterno comodín: “No debemos criminalizar a los jóvenes”. Lo curiosos es que, como les ocurría a los que sentían la necesidad de presentarse como “Nosotros, los demócratas”, ese latiguillo los delata. Si hay alguien que se aproxima a criminalizar a toda la juventud en bloque y sin distingos, son ellos, que en cuanto ven que se afean ciertos comportamientos concretos de ciertos jóvenes concretos, elevan la crítica a la generalidad. Y claro, así el debate está ganado sin bajarse del autobús.
Pero no avanzamos ni un milímetro como sociedad en el cuestionamiento de las actitudes —insisto: concretas— egoístas, insolidarias, caprichosas y, en este caso, peligrosas para la salud común. Tampoco me daré por sorprendido. Al fin y al cabo, conoce uno bastante bien el paño, y sabe que los que justifican con tanto ardor a los mocosos que se creen con derecho a todo son representantes ya talluditos del mismo infantilismo incapaz de aceptar un no por respuesta. Como no me cuento entre los generalizadores sistemáticos, vuelvo a aclarar que me refiero solo a una parte de mis conciudadanos. Cada vez son más, me temo, pero juraría que por fortuna no son mayoría.
Complejo tema el de las generalizaciones y estigmatizaciones. Admito que no sé como moverme en este terreno.
Por un lado es cierto que toda generalización va a ser siempre poco rigurosa e injusta y se va a incluir a gente de conducta irreprochable. Pero es que sin generalizar es imposible hablar de casi nada.
Está bien el matiz de recalcar que sólo nos referimos a los que incurren en esos comportamientos y que la mayoría no son así….pero me temo que eso a veces sirve de coartada y todos nos subimos al carro de los buenos y nos quitamos de encima cualquier responsabilidad. Son los demás.
Lo perverso es que la generalización sin matices lleva al mismo resultado. La exención de responsabilidades. Si somos todos culpables…en realidad nadie lo es. Se diluya la responsabilidad.
El fracaso colectivo, que en todo esto es de los gordos, engulle el fracaso engulle al fracaso individual.
Creo que tu última frase es un ejercicio de buena voluntad.
Creo que no nos hacemos un favor agarrándonos a que no son una mayoría. Si no lo son…están muy cerca y el tema está lo suficientemente extendido (y no sólo entre los jóvenes, aunque en este segmento sea muy notorio) como para ser un problemón muy preocupante y no solo para tiempos de pandemia.
Los enfoques en positivo suenan bien pero a lo mejor nos estamos engañando.
Obvio decir que yo mismo diluyo mi responsabilidad en todos estos planteamientos.
Es un fenómeno muy repetido últimamente: Ponerse la venda antes que la herida. No he visto ni oído ninguna criminalización sistemática de la juventud, y tampoco de la hostelería como actividad. Pues bien, el argumento de defensa de estos colectivos es la victimización como si la sociedad estuviera a punto de exterminarles.
Todos los comentarios de crítica por parte de expertos, analistas y escribidores varios ha sido siempre hacia los comportamientos, no las edades, ni en el caso de la hostelería contra el servicio prestado, sino las actitudes en una relación social propicia a la soltura y relajamiento.
El argumento de «se lo merecen, después de tanto estudiar y la conducta que han observado durante el curso» es tan falaz como el del hostelero perseguido de «no somos policías, yo bastante tengo con mantener las medidas que me imponen». Ni se lo merecen, por lo menos no más que cualquiera de otra edad u ocupación, ni eso quiere decir que se tengan que cocer como mirlos y prescindir de ese cuidado que se espera de ellos, aún divirtiéndose. De igual forma es falaz el que se les pida a los hosteleros que sean policías, sino que no sirvan al que no se comporta. Eso sí se lo pido yo por lo menos. La licencia de vender bebidas, sonido, terraza y actividad está condicionada a esas normas. Comprendo que ahí está el quid de la cuestión, la pérdida de clientes.
Son los jóvenes, en su «mayoritaria mayoría», los que SIGUEN comportándose como niñatos egoístas consentidos y que encima actúan como apóstoles del concepto «Ayusiano» de la libertad. Estoy harto de los que creen que NO condenar sus actuaciones es la línea a seguir del progresismo e izquierdismo guay del Paraguay como si el ser joven fuera sinónimo de no se qué esencia libertaria y contestataria
Cada persona somos únicos e irrepetibles. Cada persona es lo que es, independientemente del colectivo en que le encajone esta Sociedad tan dada a generalizar, uniformidad y asignar estereotipos construidos sin rigor y en muchos casos con mala intención. Yo tengo 82 años, y la Sociedad ya me ha asignado un colectivo: el de «los mayores». Y no es que me moleste el estar en ese colectivo. Lo que me molesta es que sólo por esa razón, ya se me considere pasivo, carca, cascarrabias, anticuado, estorbo, demandante de servicios de Salud, causante de la ruina de la Seguridad Socia, etc, etc.
Ahora eso sí, un recurso imprescindible para cuidar a los nietos. Eso se llama pragmatismo: vales en tanto y cuanto sirves. ¿No será que este sociedad no sabe aprovechar todo el valor y el capital social que tenemos las personas mayores.
Perdona Javier, pero todo esto viene a cuento para decir que estoy de acuerdo contigo de que no se puede generalizar y meter a todos los jóvenes «en el mismo saco». Pero ojo, tampoco a los mayores,
No quiero ni pensar qué habría pasado si hubieran sido los mayores del IMSERSO de BENIDORM los causantes del barullo.
Los jóvenes de 17 a 40 años «criminalizados» ya estarían pidiendo la supresión de las pensiones y la obligatoriedad de la eutanasia.
Es como regar en el desierto
El egoísmo impera . Mucho aplauso y pantomima pero aflora el infantilismo casi generalizado de una sociedad que protesta por todo y exige que se les resuelvan todos los males .
Gracias Javier, me has arrancado una sonrisa con ese inolvidable «nosotros los demócratas». No sigo mucho, por no decir nada, los discursos de Vox, pero deberían usarlo ellos ahora.