Si tienen medio rato tonto, les propongo un ejercicio divertido e ilustrativo. Se trata de buscar en esas redes de Belcebú y/o en los medios de comunicación de distinta obediencia opiniones de juristas del recopón (incluidos jueces en ejercicio) sobre el caso del ya exdiputado Alberto Rodríguez. Les costará poco comprender cómo en función del pie político del que cojee el espolvoreador de la teoría, con el simpático Rodríguez se ha cumplido a rajatabla lo que contempla el estado de Derecho o se ha cometido una tropelía de cien pares de narices. Y cada experta o experto lo argumenta de modo irrefutable, acogiéndose a un congo de principios jurídicos de la recaraba y acusando a los que sostienen lo contrario, según los casos, de rojos desorejados enemigos del sistema o de fachas irredentos que actúan por odio.
¿Y qué cabe pensar a los infelices con conocimientos jurídicos de andar en pantuflas? Nada. Basta con alinearse con los sabios que defiendan aquello que coincide con las filias y fobias propias. A quien el de las rastas le parezca, como leí ayer a un exabruptador diestro, un vendedor de pulseras de playa con querencia a patear rodillas de policías, concluirá que la pérdida del escaño es poco. Si, por el contrario, derrota por babor, tendrá la certeza de que estamos ante una versión corregida y aumentada del Caso Dreyfus.
Luego estamos los pardillos que tendemos a no comulgar con ruedas ni del molino de arriba ni del molino de abajo. En estado de permanente perplejidad y con sentimiento inenarrable de inferioridad moral, nos preguntamos por qué le llaman Derecho cuando quieren decir ideología.
Un representante de la derecha más de ultratumba, el llamado periodista Antonio Burgos, pregunta si al diputado de las rastas le han echado por la patada o por «guarro».
El tan leido y reido chistoso tabernario y sus celebradas excrecencias mentales se volcaban antes con Euskadi. Sólo por ello vayan todas mis simpatias, bueno la mitad sólo, hacia el chavalote canario más que nada por ser objeto de burla, mofa y befa por parte de un sucio de mente. Y de los que ríen las gilipolleces.
Si la justicia fuera una ciencia exacta y no dependiera de lo que a un juez le sale de los c.. narices, no se pelearían, por ejemplo, el PP y el PSOE para elegir a los representantes del judicial, daría igual. No hay que ser muy perspicaz.
Existen muchas “aristas” en el devenir judicial de este caso. Desde la dilación en su tramitación, hasta la posible no aplicación de la “accesoria” de inhabilitación al haber satisfecho la multa sustitutoria de la condena de privación de libertad. Como indicas, depende del cristal “rojo o azul” con el que se mire. Vamos, como los penaltis a favor o en contra de tu equipo favorito, clarísimos si son a favor, más que discutibles si son en contra. Nada nuevo.
Así es ,En España la política y la justicia van demasiado de la mano
Y según quien sea el juzgado y que juez le toque el resultado puede ser totalmente opuesto .. Así que cuando escuchas a los opina dores enseguida sabes de que lado están políticamente .Si es o no justo les importa un bledo .
El mero hecho de que un diputado elegido por el soberano elector pierda su escaño por una acción que penalmente merece 450 euros de multa, y a pesar de estar pagada, describe el carácter de este estado de derecho y quien detenta el poder. También es descriptivo que quien ha hecho cumplir la sentencia haya tenido la misma interpretación que quien la ha impuesto. Ahí hay menos variedad. Quizá es que ha faltado, (al contrario que en el caso Atutxa, que sí la hubo), dignidad.